Las viudas de los jueves

Los altos de las cascadas es un club campestre exclusivo, con todo lo necesario para vivir lejos del caos y la pobreza. Una valla perimetral separa a sus habitantes de los marginados y de todo aquello que pueda resultar molesto a alguien acostumbrado a la opulencia y a los privilegios.

Allí se reúnen algunas familias que han basado sus ilusiones en lo más básico que pueda desear la raza humana: el dinero. Pero es también el dinero lo que les impide encontrar esa felicidad y esa vida perfecta que tanto se proclama en la serie. Sin duda, Las viudas de los jueves recurre al anhelo universal (e imposible) de vivir la vida perfecta y habitar en el paraíso perdido por Adán y Eva. Para ello, se recrea un ambiente lujoso y a todas luces apetecible.

Durante seis capítulos, asistimos a otros tantos dramas familiares que pecan todos de lo mismo: un egoísmo desenfrenado, una búsqueda continua de la autosatisfacción y un olvido traumático de la trascendencia. El guión hace una interesante reflexión de un estilo de vida extremo y algo novelesco, durante la cual conocemos la irrelevante existencia de unos personajes que se creen el centro del mundo.

No obstante, Las viudas de los jueves cae en los mismos errores que sus protagonistas. A saber: pretende ser una serie de lujo y elegancia mientras tropieza en los más vulgares vicios audiovisuales. Ni los envidiables escenarios permiten que su audiencia adulta disfrute con un guión –narrado en primera persona– que siembra un misterio del todo adolescente. Los habitantes de Los altos de las Cascadas, pulcros por fuera pero sucios por dentro, evolucionan a golpe de inmadurez y falta de inteligencia y, al final, la historia resulta vacía y poco interesante.

Por último, el guion no conoce ni la delicadeza ni la sutileza. La explosión de los vicios y las transgresiones de sus ocupantes habría sido mucho más efectiva si hubieran dejado algún espacio para la imaginación. Pero no, en la serie todo se ve y hasta, casi, todo se huele. Y, por descontado, no hablamos del olor de un perfume de lujo.

Firma: Mar Pons