Escuela de cachorros

Desde el principio, hay algo en Escuela de cachorros que no encaja e impide que la serie funcione. Quizá, la primera sospecha recae en la falta de recursos y en una mediocre ambientación. Luego, el tema de hacer hablar a los perros con técnicas de Photoshop tampoco ayuda. Y, por fin, damos con el “quid”: los perros no son humanos.

Son muchos los títulos que utilizan cachorros para protagonizar o amenizar series, películas o animaciones y eso no impide que las disfrutemos o que entremos en ese universo ficticio. Sin embargo, aquí, los perros asumen, innecesariamente, cosas tan humanas como vestir de uniforme cuando asisten a la escuela (con falda escocesa, plisada y todo), comer sentados a la mesa, escuchar la clase desde un pupitre o rivalizar en un deporte. Por otro lado, aprenden a servir al humano al que pertenecen recogiendo cosas o, simplemente, haciéndoles compañía.

Por tanto, no queda muy claro el propósito de una escuela en la que, además, los profesores y directivos visten al estilo Harry Potter y tienen encuentros nocturnos y mágicos. Tampoco se explica la necesidad de que un humano intervenga en todo este tinglado. En fin, que nada parece muy pensado.

Lo que sí parece es que su creadora y guionista, Anna McRoberts, ha escogido temas que siempre gustan a los menores (la magia, la escuela, el grupo de amigos…), ha puesto como protagonistas a unos simpáticos cachorros (los animales son un reclamo para una audiencia nada despreciable) y les ha encomendado una misión algo rebuscada que, por otro lado, no tiene la más mínima relevancia en las tramas capitulares.

En definitiva, Escuela de cachorros es una excusa para mostrar animales haciendo de las suyas en un espacio vestido para la ocasión, que proporciona entretenimiento ligero al público infantil. Sin más.

Firma: Mar Pons