El código que valía millones

Sin duda alguna, la serie El código que valía millones recuerda a La red social, la película que trata la historia de Mark Zuckerberg y el origen de Facebook. El ambiente universitario, las mentes despiertas y la persecución de un sueño prácticamente inalcanzable son algunas de las imágenes que se mantienen de una propuesta a la otra. Aunque, esta vez, en lugar de situarnos en la prestigiosa universidad estadounicense, la trama se desarrolla en la Alemania de los noventa.

La narración es dinámica e interesante. El guion juega con flashbacks y flashforwards, decisión que agiliza el relato y provoca que los datos lleguen al espectador de un modo aparentemente desordenado. De esta manera, los cuadros tensos y oscuros –protagonizados por abogados e interrogatorios– se alternan con momentos más enérgicos y luminosos que corresponden a la etapa de juventud de los protagonistas.

Entre unos sucesos y otros transcurren veinticinco años. En consecuencia, observamos a Schlüter y Müller tanto al inicio de su carrera profesional como a una edad madura. En esta ocasión, cada personaje está representado por dos actores distintos, uno que interpreta el rol de los veintitantos y otro que encarna el papel adulto.

En este continuo ir y venir en el espacio y el tiempo, entre logros y derrotas, se muestra la relación de dos amigos que provienen de mundos distintos pero que comparten un proyecto común. Dos mentes artistas que se mueven al mismo ritmo y que son capaces de hacer partícipe al espectador de la ilusión por sus ideas y avances.

Además, la producción va acompañada de una banda sonora discreta y descriptiva y de unas rotulaciones retro que hacen honor a la historia que nos cuentan. Con todo esto, El código que valía millones es, sin duda, un acierto.

Firma: Júlia Nafría