Doctora Foster

Dos temporadas para esta corta serie de diez capítulos (cinco por entrega) en cuya producción participa la BBC. Se trata de un drama de personajes en el que cobran relieve valores tan fundamentales como la familia, la fidelidad, la sinceridad y el coraje. No obstante, no es una historia heroica, ya que todo lo anterior tiene su réplica en el guión en forma de banalidad sobre el aborto, los instintos ingobernables, las mentiras piadosas y las venganza o el desquite personal.

Así, la serie no se decanta ni por lo primero ni por lo segundo. Expone, y el espectador es quien intenta posicionarse (con cierta dificultad por el vaivén de la trama). Eso sí, resulta imposible desprenderse de la aureola derrotista y de predestinación impuesta y que no deja espacio para la esperanza, la confianza o la bondad. A esto contribuye, además, la luz gris de Inglaterra y sus viejos paisajes.

Desde la sesgada perspectiva de la protagonista –quien lidera esta tragedia– el público también experimenta las dudas, primero, y las certezas, después. Y lo más seguro es que no comparta sus reacciones, pero es ahí donde realmente se desata el melodrama. Con un ritmo natural, sin forzar los conflictos, el relato seduce por su ingrediente humano y sorprende por la complicada arquitectura de sus personajes.

Advertimos que la primera entrega es la mejor confeccionada. Después, a pesar de los dos años de espera para su rodaje, la segunda temporada se estanca en un drama insuficiente. Y, al final, la ambigüedad de las motivaciones y la escasez de señales para interpretar a los protagonistas merman nuestro interés

Imprevisible, a veces; enervante, otras, Doctora Foster no es una serie cómoda de ver. Sin embargo, puede atraer por su compleja evolución, sus inesperados giros y por llegar a un final que justifique tanta falsedad y tanto egoísmo.

Firma: Mar Pons