Antidisturbios

Después de trabajar juntos en Que Dios nos perdone (2016) y El reino (2018), Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña vuelven como creadores y guionistas de esta serie. Además, Borja Soler, con quien Sorogoyen filmó su primer largometraje, Stockholm (2013), repite con él en la dirección.

La primera escena, además de dibujar el perfil de uno de los principales personajes de la serie, es un perfecto anuncio de los tiempos, la luz, la fotografía, los diálogos, los movimientos de cámara y la atmósfera que el espectador respirará los siguientes seis capítulos. Sin duda, la contundencia de las imágenes y del lenguaje sugiere que tanto Sorogoyen como Peña saben hacia dónde van.

A pesar de la fuerza que poseen las escenas de la acción policial de los antidisturbios, lo que conquista es el tono íntimo, cercano y natural de sus protagonistas. Antidisturbios no es el relato de las andanzas de estos hombres acostumbrados al peligro, sino lo que cada uno arrastra en su vida personal y en su día a día cotidiano.

En este aspecto, el reparto es un acierto y todos ellos, –de Vicky Luengo (Laia) a Tomás del Estal (Moreno), pasando por toda la unidad Puma 93–, resuelven su papel con buena nota. Quizá no comulguemos con las acciones de sus personajes, sin embargo, esto no les resta credibilidad y tampoco impide el hecho de que podamos llegar a empatizar con alguno de ellos.

Al guión le sigue una cámara que sabe dónde, cómo y cuándo aplicar el zoom. La narración propone, pero el espectador es quien debe rellenar los silencios, interpretar los gritos o ver lo que queda fuera del plano. Desde el otro lado de la pantalla, somos nosotros los que nos movemos, nos paralizamos, acompañamos o negamos a los personajes. Sorogoyen interpela a sus audiencia y la deja elegir y juzgar. De esta forma, Antidisturbios resulta una experiencia audiovisual áspera y, a veces, contradictoria, pero siempre estimulante.

No obstante, aunque sabemos que estamos ante una narración realista, aunque la cámara suavice y aunque el grupo sea, lógicamente, masculino en su mayoría, se agradecería un poco menos de testosterona (excesiva la pelea en el restaurante) y un poco más de moderación en el lenguaje. Por lo demás, la trama política, los giros en el guión y la historia en general regala 300 minutos de intensidad, emoción y un poco de desazón que da qué pensar.

Firma: Mar Pons