Alex Rider

La serie toma como punto de partida las dos primeras novelas de esta saga adolescente del autor británico Anthony Horowitz, quien también participa en el guión. La primera misión de Álex para el MI6 será infiltrarse en el colegio Black Point, una especie de reformatorio para chicos ricos y difíciles.

Sin entrar en comparaciones con el largometraje, Alex Rider: Operación Stormbreaker, que solo recogía la primera novela y no obtuvo muy buenas críticas, esta ficción sabe lo que quiere. Según su creador, Guy Burt, la pieza audiovisual se distancia de la novela intencionadamente. Además de incorporar o dar más protagonismo a la tecnología (no tan desarrollada en el momento que se escribió le primer libro) el ambiente se oscurece y se retuerce la psicología de los personajes.

Álex Rider no es, como cabría esperar, un quinceañero viviendo aventuras al margen de las consecuencias. Burt propone un relato adulto –con muchas fantasmadas, eso sí–, en el que el sufrimiento y los problemas adolescentes se dan de bruces con la realidad que le envuelve (por ejemplo, sacrificar un plan con la chica que le gusta por cumplir una misión).

Quizá este es otro modo de hablar de la responsabilidad personal, de la amistad o de que, a veces, lo que nos parece más importante es, en realidad, un capricho pasajero. Sin embargo, la serie sabe retratar las esperanzas juveniles y, en especial, la importancia de las amistades, la sinceridad, la familia o el círculo de confianza que todos necesitamos para crecer.

Todo lo dicho no excluye, ni mucho menos, a la audiencia de los libros. Es quizá una alabanza a un producto que sabe aunar la reflexión, la acción, el drama y la aventura para un público que tiene poca oferta de calidad en las plataformas audiovisuales. Y, además, la serie se presenta con una gran solvencia técnica e interpretativa.

Firma: Mar Pons