En un ambiente cargado de infelicidad se desenvuelve un grupo de personajes también desdichados, en especial el protagonista. Mucha miseria humana y ninguna luz.
De detectives depresivos, traumados o justicieros está plagada la pequeña pantalla. En este caso el protagonista es víctima y juez. Movido por la creencia de que él debe acabar con todos los monstruos que se crucen en su camino, el investigador Lennox tampoco respeta los límites. Unos límites que van más allá de lo puramente legal: su obsesión está por encima de sus compañeros, de su novia y de su propia salud.
Al mismo tiempo, el peso de una infancia truncada por la fatalidad le ha convertido en un adicto a las drogas, al alcohol y a cualquier sustancia que le haga olvidar. Incapaz de mantener algo estable en su vida, lo único que le mantiene vivo es su trabajo. Encontrar y encerrar criminales depravados es el fin último de su existencia.
En su rol de víctima, Lennox empatiza con las sufrientes familias y el dolor de ellas renueva el suyo propio. Así, cada caso es una espiral a la profundidad de su alma oscura y enferma. Pero no acaba aquí el drama. Lo que le rodea tampoco es una fiesta de colores. Su jefe, vive cansado de lidiar con los políticos, sus compañeros de la comisaría se dejan arrastrar por la corrupción o las oportunidades menos nobles y los diferentes casos ponen de manifiesto la sociedad en la que se desenvuelven.
Si se ve la serie a través de los ojos de un teólogo, Crimen, de Irvine Welsh podría ser la representación bastante aproximada de lo que es el infierno: un lugar en el que la falta de trascendencia y bondad aboca a sus moradores al abismo de la relatividad, la impotencia y la desesperanza.
Aunque la serie incluya convincentes interpretaciones (en especial la del protagonista), un grado interesante de suspense y unos desenlaces donde el “malo” acaba entre rejas, el camino es pesado, doloroso y, en especial, deprimente si consideramos que, aquí, el sentido de la vida se mide en los limitados esfuerzos humanos.
La primera entrega aún conserva algo de bondad y un cierto tono de respeto a la audiencia. No obstante, la segunda es una clara coctelera de sangre, ideologías y moralinas que estropean lo poco que se ofrecía. Si esto es así en la serie, inquieta pensar cómo serán las novelas.
Firma: Mar Pons
Ray Lennox (Dougray Scott) es investigador de policía en Edimburgo. De hecho, es uno de los mejores cuando no se deja arrastrar por su adicción al alcohol y a las drogas. Una niña desaparecida en la primera temporada y unos sangrientos asesinatos en la segunda llevan al límite su resistencia.
Su compañera, Amanda Drummond (Joanna Vanderham), y el capitán Robert Toal (Ken Stott) hacen todo lo posible para que Lennox no pierda el control, pero mantenerlo a raya es una tarea prácticamente imposible.