El nieto de los Reyes Católicos viene a sustituir a estos monarcas que tantas alegrías han dado a Televisión Española con su serie, Isabel. Carlos, Rey Emperador sigue los pasos de su predecesora y se empeña por un producto que apuesta por la técnica, la ambientación y la historia.
A pesar de los presupuestos cada vez más ajustados, esta ficción logra transportarnos –si el espectador no es muy puntilloso– al siglo XVI a través de sus decorados (interiores y exteriores), su vestuario, su rica ambientación, su escasa iluminación y la música de Federico Jusid, que se pone de nuevo al frente de la Orquesta y Coro de Radio Televisión Española, como ya hizo con Isabel, para grabar la banda sonora.
Los espacios de rodaje también se han escogido con esmero. La puerta de la Justicia, el Patio de los Leones y el de los Arrayanes, El Partal, el Cuarto Real de Santo Domingo, La Qubba, la catedral de Toledo o el Monasterio de Yuste son algunos de los enclaves que, aunque no del todo fieles a la Historia, han servido para construir un entorno creíble. Pero, por otro lado, el elenco de niñatos salidos de “chorripelis” (con alguna honrosa excepción) desluce la grandeza de la historia que se pretende narrar.
Precisamente en lo histórico, no cabe dudar del trabajo de documentación que se ha llevado a cabo para guionizar la serie. Sin embargo, tampoco hay que pensar que la televisión, y menos la ficción, puede ser una fuente de información absolutamente fiable (¿Turcos en el Cantábrico?). Todos sabemos que, en un producto como este, entran en juego las emociones, las exigencias del guión, los ritmos y, sobre todo, empatizar con el público y, para ello, los personajes están a merced de los intereses audiovisuales. Lo que sí es cierto es que Carlos, Rey Emperador puede despertar la curiosidad sobre un gran personaje de la historia de España y que el espectador es el encargado de enriquecer o no sus conocimientos, con fuentes fidedignas y contrastadas.
En principio, parece que la serie no se apresura en la narración y, en su capítulo de estreno, casi es más importante la presentación de los personajes que la historia en sí. Sin embargo, con una extensión de 17 capítulos, esta ficción deberá acelerar el ritmo si quiere llegar a relatar los cuarenta años de Carlos en el poder.
Todo apunta a que Carlos, Rey Emperador es uno de esos espacios en los que la puesta en escena ha ganado la batalla al guión, a los diálogos y a los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, entre otras cosas. Y es que todo parece funcionar hasta que se escucha la frase de turno que tocaba oír, vemos las reacciones que esperamos ver y asistimos a esas peleas que no convencen. De pronto, una escena de cama que no viene al caso y una intriga poco elaborada que da al traste con nuestras expectativas.
No obstante, la serie acaba de empezar y no nos queda más opción que esperar su evolución, confiando en que tantos años de experiencia, con aciertos y fracasos, hayan servido para algo. Continuará.
Firma: Mar Pons
Carlos de Habsburgo fue Rey de Castilla, Rey de Aragón, Archiduque de Austria, Rey de Jerusalén, Emperador Semper Augusto y, sobre todo, durante 40 años, fue el monarca de las Españas ya que unió en su persona las coronas de Castilla y Aragón.
Primogénito de Juana I de Castilla y nieto de los Reyes Católicos, se crió en Bélgica, lejos de las costumbres castellanas. Este exilio le costará la desconfianza de un pueblo que no lo verá como legítimo Rey hasta su confirmación en las Cortes. Pero, a pesar del apoyo de la Ley, de su madre y de algunos Grandes de España, Carlos no lo tendrá fácil para gobernar en un imperio tan extenso como diverso y en una época tan convulsa.
La serie narra las cuatro décadas en las que este monarca influye en la historia de España, Europa y América, desde su llegada a Castilla en 1517, hasta su muerte en el Monasterio de Yuste. Destacan, cómo no, otros personajes contemporáneos como su hermano Fernando, su madre Juana I, la Infanta Catalina, Francisco I, Alfonso de Aragón, Hernán Cortés o, la que fue su mujer, Isabel de Portugal, en un reparto muy extenso que no se olvida de Leonardo Da Vinci, Velázquez o Lutero.
