No es nueva ni extraña la tendencia de convertir personas, aparentemente inocentes, en criminales cotidianos y anónimos. Dexter, Weeds y, de otra manera, Los Soprano asentaron los precedentes para que el personaje de Walter White no nos sorprenda tanto como padre de familia pacífico, maestro veterano de instituto, enfermo terminal y fabricante de metadona todo a la vez. A estas alturas, muchos espectadores aceptan la amoralidad de estas propuestas porque vienen acompañadas, en el caso de Los Soprano, Dexter y Breaking Bad, de unos guiones de excelente estructura y una trabajada caracterización de personajes.
La serie de Vince Gillian, el productor de unos 100 capítulos de la mítica Expediente X, entre otras ficciones, y de guiones cómicos de cine como Hancock, va por la línea de hacer cercana y luminosa la oscuridad del crimen y la corrupción. Walter White pasa de un lado a otro del espejo, para mantenerse en el lado oscuro, pero sin retirar del todo la vela a Dios durante las dos primeras temporadas. En este sentido, Breaking Bad retrata muy bien el patetismo del protagonista, un perdedor que transforma su carácter secundario y reflexivo en primario e impulsivo para conseguir lo que quiere.
No se puede reprochar que, en conjunto, la serie define, con acierto, las coordenadas de complejidad existencial de los protagonistas: Walt y el compañero de “laboratorio”, Jess, la mujer, el hijo y otros secundarios que los rodean. Todo es difícil para ellos: relacionarse, sobrevivir económicamente y también, en parte, moralmente. Esta angustia se transmite con eficacia al espectador que tiene que soportar el pesimismo de una producción que juega, al mismo tiempo, con una realización y un guion próximos al cine independiente e incluso al cine de autor europeo. Una planificación que, sin vergüenza y con frecuencia, mantiene el plano fijo y el atractivo por los silencios en el plano general, es sello de Gillian y su equipo. De echo, la serie no esconde los leves vínculos con un espacio, el desierto, y una iconografía próxima al western, un género donde el hombre siempre se encontraba solo en su lucha contra la realidad. Las localizaciones en el estado de Nuevo México soportan con solvencia una fotografía de claroscuros entre el espacio exterior y el interior, que provoca un ambiente temible y peligroso aunque cotidiano.
Galardonada con 3 Emmy al mejor actor principal y otros al secundario y al montaje, entre otras nominaciones (Globos de Oro) y premios (Satellites Awards, La Asociación de Guionistas y la Asociación de Actores o los AFI) funcionan como aprobación mediática a una serie bien hecha, pero incapaz de romper con una fórmula utilizada en los últimos años en televisión y que ya se ha convertido en un cliché, en una estrategia fácil y un tanto snob para llamar la atención: la ambigüedad está de moda y ahora los malos agonizantes, son más interesantes dramáticamente que aquellos que luchan contra el camino fácil. Cuestiones como el determinismo y la libertad entran en juego para quien quiera discutir esta corriente que flota por la televisión de autor.
Firma: Lourdes Domingo
Si tiempo atrás se había dedicado, con éxito, a la investigación química en el prestigioso Los Alamos National Laboratory, ahora Walter compagina las clases a alumnos de secundaria desganados en Nuevo México con una media jornada en un túnel de lavado de coches para llegar a fin de mes. Además de esto, él y su esposa Skyler, una mujer que se gana la vida modestamente comprando y vendiendo objetos por eBay, tienen que mantener a Walter Júnior, un chico de 17 años muy tenaz con parálisis cerebral, hecho que supone un reto continuo para la familia.
Pero todas estas trabas resultan insignificantes en comparación con el nuevo descubrimiento que ha hecho Walter. El día después de la fiesta de sus 50 años, Walter se desmaya en el túnel de lavado. Cuando en la sala de emergencias del hospital le diagnostican cáncer y le dan dos años de vida, él opta por reservarse la mala noticia.
Velar por el futuro de su familia es ahora su máxima prioridad y (su idea es lucrarse con la droga. La mejor ocasión para entrenarse se le presenta cuando Hank, su cuñado el agente antidroga, le ofrece unirse en su equipo antidroga. Durante una redada en un laboratorio de metadona, Walter observa como un antiguo alumno suyo, Jesse Lee Pinkman, se libra de que le detengan. Cuando Walter ve el laboratorio que tiene montado, no duda en proponerle un negocio conjunto.
