El suicidio se ha convertido en una crisis silenciosa mundial y en ascenso, tanto en adultos como en niños y adolescentes. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), es la primera causa de muerte externa (no asociada a enfermedades). Las cifras indican que el 75,2% corresponde a hombres y el 24,8% mujeres.
Se cree que este valor se encuentra subestimado, ya que hay otros diagnósticos como intentos fallidos de suicidio, autolesiones, etc. El suicidio es, claramente, uno de los fenómenos más desgarradores y alarmantes de la sociedad actual. Comprender la complejidad detrás de esta situación es el primer paso para su prevención.
Para comprender este problema, debemos considerar que rara vez se debe a una sola causa. Uno de los factores más importantes es la vulnerabilidad e inmadurez emocional de niños y adolescentes, frente a pensamientos y acciones suicidas. La inteligencia emocional, necesaria para superar estos episodios, se refiere a la capacidad de reconocer, comprender y gestionar nuestras propias emociones, así como las de los demás. Implica habilidades como la autoconciencia, la autorregulación, la empatía y la comunicación efectiva.
Los jóvenes con pensamientos suicidas no cuentan con estas habilidades, lo que no les permite disociar sus emociones y problemas propios a los de su familia o seres queridos. En la adolescencia el escenario es aún más complejo, ya que sus referentes suelen dejar de buscarse dentro del núcleo familiar, para dejar este papel a sus pares o grupos de iguales.
Estas situaciones deben ser consideradas tanto si suceden directamente en los niños y adolescentes como si es en su familia y seres queridos. Es importante remarcar que el riesgo es altamente superior cuanto mayor es el tiempo en que retrasamos el diagnóstico de estos problemas, para así poder tratarlos.
El valor de poder explicar adecuadamente estas situaciones a los niños y adolescentes es infinito. Hacerlos parte, poner palabras, empatizar y trabajar en conjunto con ellos para buscar una solución sin desplazarlos es fundamental.
Según la Asociación Española de Pediatría, junto a la colaboración de la American Academy of Child and Adolescent Psychiatry, estas son algunas de las señales que pueden darse en las situaciones tratadas.
Prevenir el suicidio en jóvenes requiere un enfoque multifacético que involucra a todos, desde padres y educadores hasta profesionales de la salud mental y formuladores de políticas. Es fundamental crear un espacio seguro para que los niños y adolescentes expresen sus sentimientos sin temor a ser juzgados.
Aquí también debemos incluirlos a ellos, estableciendo una comunicación abierta del problema, ya que, por un lado, los niños y adolescentes tienen dificultades de comprender o son más sensibles a los mensajes sutiles, de doble sentido o indirectas y por tanto, el lenguaje debe ser claro y directo, adecuado a su nivel de comprensión.
Madres y padres debemos ser parte de la solución generando autoconfianza y fortaleciendo las habilidades emocionales de nuestros hijos e hijas Algunas consecuencias de ello:
El suicidio en niños y adolescentes es un tema profundamente preocupante que exige nuestra atención y esfuerzos en generar medidas proactivas hacia la prevención y el apoyo.
Fomentar la inteligencia emocional en los jóvenes les ayuda a equiparse de habilidades y resiliencia necesarias para afrontar los desafíos de la vida, para lograr reducir el riesgo de pensamientos y acciones suicidas.
Firma: Maria Virginia Montiel. Pediatra y neuróloga infantil