Diariamente, millones de personas en todo el mundo utilizan las redes sociales. Plataformas como TikTok, Instagram y YouTube se encuentran entre las más populares, especialmente entre niños y adolescentes, quienes consumen su contenido de manera habitual y constante.
A través de estos canales se promueven y difunden los retos virales. Estos desafíos constituyen uno de los riesgos digitales con mayor impacto que existe hoy en la cultura digital contemporánea, ya que pueden poner en riesgo la seguridad física, emocional y social de los jóvenes.
Si bien algunos retos pueden parecer inofensivos, la mayoría de los que se viralizan rápidamente implican riesgos significativos para los adolescentes, afectando tanto su seguridad como su autoestima.
Los retos virales, también conocidos como challenges, son dinámicas, juegos o pruebas que se difunden rápidamente a través de plataformas digitales como TikTok, Instagram, YouTube o Snapchat. Generalmente, los participantes se graban realizando una acción específica y luego comparten el contenido en las redes sociales para que otros lo vean e imiten.
Estos abarcan desde actividades inofensivas y recreativas –como bailes, desafíos deportivos o acciones ecológicas– hasta conductas potencialmente peligrosas que pueden ocasionar daños físicos o emocionales e, incluso, poner en riesgo la vida de los participantes.
Los adolescentes son los principales protagonistas y consumidores de este fenómeno, ya que participar en un challenge viral les permite expresar su deseo de pertenencia a un grupo, obtener reconocimiento social mediante la interacción con iguales en línea y buscar aprobación externa a través de likes y seguidores. Esta dinámica, combinada con la presión social y el temor a la exclusión, puede llevarlos a asumir comportamientos de riesgo sin evaluar adecuadamente sus consecuencias.
Numerosos desafíos que se han viralizado han generado alarma debido a su carácter arriesgado, violento o incluso ilegal. Algunos ejemplos son:

Pero no todos los retos resultan perjudiciales. Algunos fomentan la creatividad, la solidaridad o conciencia social, como fue el caso del conocido Ice Bucket Challenge, que consistía en derramar sobre uno mismo un cubo de agua helada y que, gracias a su difusión, consiguió crear conciencia y sensibilizar sobre la ELA. El Don’t Rush Challenge, que promueve la creatividad mediante cambios de apariencia en videos cortos.
Además, es real que ciertos retos simples pueden generar interacción familiar y diversión siempre que se mantenga la supervisión adulta y un enfoque seguro. Un ejemplo de ello son los retos musicales que favorecen la coordinación, la expresión corporal y la actividad física. En este caso, es importante evaluar que los movimientos sean apropiados para la edad y no sexualicen el cuerpo de los adolescentes.
Controlar plenamente el contenido que consumen los adolescentes en Internet es prácticamente imposible. No obstante, sí es posible acompañarlos mediante información, comprensión, empatía y la definición de límites saludables. La educación digital no debe basarse en el miedo ni en la prohibición del uso de redes sociales, sino en la alfabetización digital y en el aprendizaje de un uso seguro, crítico y responsable de las plataformas en línea.
Es fundamental dialogar sobre los riesgos que conllevan los entornos digitales y los retos virales, ayudándoles a distinguir entre actividades recreativas seguras y aquellas que pueden tener consecuencias perjudiciales. Asimismo, conviene establecer acuerdos familiares sobre el tiempo de conexión, la privacidad y el tipo de contenidos permitidos.
Del mismo modo, se debe fomentar el pensamiento crítico mediante conversaciones guiadas y periódicas que inviten a reflexionar sobre los materiales que consumen, las razones que explican la viralización de ciertos desafíos y los riesgos asociados. También resulta valioso promover alternativas creativas y educativas, animando a los adolescentes a generar publicaciones positivas y solidarias, siempre y cuando tengan la edad para hacerlo.
Una práctica especialmente efectiva consiste en la creación conjunta de un “decálogo digital familiar”, en el que se definan de manera consensuada normas y compromisos relacionados con el uso responsable de Internet. Puede incluir aspectos como la protección de la privacidad, el respeto en línea, la gestión del tiempo de conexión y la verificación de la información, favoreciendo que los jóvenes asuman un rol activo, crítico y consciente en su propia seguridad digital.

El control absoluto de los retos virales no es posible, ya que forman parte de la cultura digital juvenil. Representan una poderosa herramienta de comunicación, pero también reflejan los valores y riesgos presentes en la sociedad actual.
El verdadero desafío consiste en educar y acompañar a las nuevas generaciones, proporcionándoles las herramientas necesarias para distinguir entre actividades recreativas seguras y riesgos innecesarios, fomentando así un uso responsable, crítico y saludable de la tecnología.
Firma: Amanda Reixach Medina. Psicopedagoga y técnica del proyecto Weko en la Fundación Aprender a Mirar.