El ser humano es un animal social por naturaleza, es decir, tiende a relacionarse con los demás. Por eso, uno de sus temores primarios ha sido la exclusión. Pero, ¿qué pasaría si este temor lo llevamos al extremo en la sociedad tecnológica actual? El resultado se conoce como FoMo (Fear of missing out), es decir, el miedo a quedarnos fuera[1].
La explosión de las redes sociales y los videojuegos, así como la inmediatez de los dispositivos móviles, nos han transformado en auténticos zombies de las nuevas tecnologías[2], hasta el punto de que se están convirtiendo en un gran problema, tanto entre los más jóvenes como en los adultos.
Cada vez frases como “le he escrito, lo ha leído y no me contesta”, “ha subido una foto, pero no me ha etiquetado” o “me ha expulsado del clan”, se repiten con más asiduidad. Y, ¿quién no ha visto –o protagonizado– la clásica imagen donde, en una cena, todos los amigos tienen los dispositivos encima de la mesa?
Todos estos ejemplos tan comunes nos hablan de problemas como la nomofobia, o el miedo a no tener disponible el teléfono móvil en todo momento, o el síndrome de la vibración fantasma, es decir, aquella ansiedad generada cuando el teléfono nos vibra en la pierna pero no lo podemos mirar. En este contexto, FoMo engloba toda esta ansiedad perpetua producida porque están pasando demasiadas cosas alrededor y no podemos estar conectados siempre que queremos.
La situación se complica más con los adolescentes. Líderes de las tecnologías, es difícil entender que un niño no tenga un par de consolas como mínimo, un móvil de última generación o que no sea un asiduo en las redes sociales como Instagram, Facebook, Snapchat… Y, lo que es peor, muchas veces lo que les preocupa no es perderse alguna cosa, si no que la gente no sepa que han estado allí.
¿Qué consecuencias existen?
Y no solo esto, este tipo de conductas son las que generan el auge exagerado de programas de televisión que no aportan ningún valor positivo a los jóvenes[3], creando falsos estereotipos o banalizando temas como el amor, la amistad, la tolerancia o, al fin y al cabo, la convivencia. El impacto en el mundo real puede llegar a influir, al final, en los hábitos[4] y sus objetivos en la vida.
Todo se mezcla y se complica, aún más, cuando los jóvenes deben compaginarlo con sus tareas diarias, donde el estudio y los deberes les llevan mucho tiempo. ¿Son realmente capaces de trabajar sin estar pendientes del teléfono?
Es aquí donde muchas veces se encienden las alarmas. “No somos capaces de hacer que desconecte del móvil, de la consola o de Instagram”. Aunque es difícil de luchar contracorriente, podemos fomentar cierto hábitos que beneficien a los jóvenes. Por eso os proponemos una serie de consejos que os pueden resultar muy útiles:
–Escuchadles:
Para los adultos puede ser que las redes sociales sean solo un entretenimiento, pero para muchos jóvenes se trata de “su vida social”. De manera que, si nos preocupamos más por cómo se siente y, más profundamente, en sus inquietudes, se mostrarán más abiertos para explicarnos sus problemas.
–No juzgar:
Que un adolescente se pase horas jugando al ordenador o la consola es algo que podemos clasificar como absurdo[5]. Pero no tiene por qué serlo. Los jóvenes están en pleno proceso de crecimiento madurativo y, muchas veces, allí encuentran un mundo alternativo donde se sienten a gusto. Debemos saber escuchar e indagar antes de juzgarles.
–Animar sus vidas offline:
“Mamá, bajo al parque a jugar con los amigos” o “quedamos en tu casa a las seis” son dos frases que marcan toda una generación. ¿Son capaces los niños de hoy en día de bajar a jugar en vez de conectarse a internet o quedar con sus amigos sin estar sujetos a la inmediateza del WhatsApp (bajas, cambios de hora, modificaciones de planes)?
–Establecer límites:
Si estudian, estudian; si juegan, juegan. No podemos pretender que los niños y los jóvenes sean suficientemente responsables como para que hagan las cosas para ellos mismos. Debemos marcar las pautas sobre qué pueden hacer y qué no deben hacer. Si realizan los deberes o estudian para el examen de turno, no deben tener el móvil al lado ni la consola o el portátil.
–Este no es el mundo real:
Muchos jóvenes se adentran tanto al mundo virtual que, después, pueden mostrar ciertas dificultades sociales. Se sienten desprotegidos o simplemente menos importantes respecto al videojuego que juegan durante horas y horas. No podemos caer en la trampa[6]. Como padres o tutores, debemos ayudarles para que adquieran la suficiente fortaleza para afrontar los problemas reales, sin desmoralizarse, y que sepan dar a las cosas la importancia real que tienen, sin hacer una montaña de un grano de arena.
Firma: J. Carlos Amador
[1] Anderson, H. (April 16, 2011), «Never heard of FoMo? You’re so missing out», The Observer
[2] Przybylski, A. K.; Murayama, K.; DeHaan, C. R. & Gladwell, V. (2013), «Motivational, emotional, and behavioral correlates of fear of missing out.», Computers in Human Behavior, Volum 29 (4). Pp. 1841–1848
[3] Song, I.; Larose, R.; Eastin, M. S. & Lin, C. A. (2004), «Internet gratifications and Internet addiction: On the uses and abuses of new media», CyberPsychology & Behavior, Volum 7 (4). Pp. 384–394
[4] Riordan, B. C.; Flett, J. A. M.; Hunter, J. A.; Scarf, D. & Conner, T. S. (2015), «Fear of missing out (FoMo): the relationship between FoMo, alcohol use, and alcohol-related consequences in college students.», Annals of Neuroscience and Psychology, Volume 2. Pp. 1–7
[5] Park, N.; Kee, K. F. & Valenzuela, S. (2009), «Being immersed in social networking environment:Facebook groups, uses and gratifications, and social outcomes», CyberPsychology & Behavior, Volum 12 (6). Pp. 729–733
[6] Sherry Turkle (Feb 2012), Connected, but alone? www.ted.com/talks/sherry_turkle_alone_together?language=en