“Hackean la webcam y difunden vídeo del entrenador del Málaga mientras practicaba sexo online”, ”Una joven se suicida por no tener suficientes likes en redes sociales, “Aleñá cierra la cuenta de Twitter por insultos sevillistas”, “Borran la cuenta de Twitter de un niño de MasterChef Junior tras mensajes de arriba España y de apoyo a Abascal”.
Esta es una pequeña muestra de titulares recientes. Sextorsión, usurpación de la identidad, dependencia del like, consecuencias laborales, reputación, huella digital imborrable… son algunas de las implicaciones que me vienen a la mente, derivadas del mal uso de las redes. En general suele afectar a personas más vulnerables, pero también a aquellas que, por desconocimiento, han caído en un tipo de prácticas peligrosas sin conocer el alcance que podrían tener. Y esto lo hemos visto en la Asociación de Consumidores de Medios Audiovisuales tanto en jóvenes como en adultos.
Mientras el entrenador del Málaga mantenía un intercambio sexual online, un hacker accedía a su cámara web con el objeto de conseguir contenido de sus actos para difundirlo. Este tipo de práctica, conocida como sexting (producción e intercambio de textos, imágenes o vídeos con contenidos sexuales), conlleva un riesgo y si se difunde el contenido, la persona afectada puede ser víctima de diferentes formas de acoso como sextorsión, pornovenganza, grooming, ciberbullying, etc.
Algo similar le ocurrió a una trabajadora de Iveco, pero en esta ocasión no fue un hacker sino su expareja la que difundió un video explícito que ella le había enviado cuando estaban juntos. Pasados los años, esta mujer, casada y con hijos, vio como ese contenido se compartía con muchos compañeros de su trabajo, hasta llegar a su entorno familiar. No pudo soportar semejante presión y se suicidó. En las redes hubo mucho ruido. Había quienes argumentaban que jamás hubiera tenido que compartirlo, otros postulaban los derechos de cualquier mujer a compartir lo que le apetezca. Sea como sea, la realidad es que un día después, las palabras más buscadas por los usuarios de diferentes páginas pornográficas eran el nombre de la mujer y el de la empresa.
Sexting en las aulas
Hoy día en muchos institutos se ha normalizado entre algunos jóvenes esta práctica y también la difusión (sobretodo entre chicos) del material obtenido. A menudo, la imagen sexual obtenida (generalmente de una chica) es considerada como un trofeo que llega a traspasar los límites de las aulas.
No existe el sexting seguro, incluso gestionando tu privacidad, existen riesgos. Antes de practicarlo te recomiendo te formules las siguientes preguntas: ¿Confías en esa persona? Imagina que te fías plenamente: ¿Qué pasaría sí…? ¿El destinatario pierde el móvil?, ¿Te hackean tus dispositivos?, ¿Una persona cercana al destinatario tiene acceso a su móvil, lo ve y hace una captura de pantalla para compartir? ¿Y si un día terminas la relación y el destinatario decide vengarse (porno venganza) y opta por publicar, alojar tus videos y/o fotos en una página porno para humillarte? Aunque lo denuncies, va a ser muy difícil que el contenido desaparezca. La primera dificultad radica en que Google lo borre. En el supuesto de que Google elimine el enlace que contiene tus fotos y/o video, el sitio pornográfico lo tiene muy fácil: cambiar la URL. Así que tus fotos y/o videos seguirán navegando en las redes. Por último, ¿Te imaginas las consecuencias de sufrir vergüenza y/o culpa que pueden surgir al ver dañada tu reputación? El ex entrenador del Málaga perdió su empleo, la trabajadora de Iveco se suicidó…
Carrie Goldberg, es una abogada estadounidense especializada en violaciones de privacidad sexual, con un enfoque particular en ayudar a las víctimas de porno vengativo y ciberacoso. Muchos de sus clientes han sufrido las consecuencias en sus vidas personales y profesionales. Desde consecuencias psicológicas hasta despidos laborales y fin de oportunidades de trabajo.
Pero no nos podemos olvidar de las posibles consecuencias legales para quien comparte el contenido. La imagen de una persona es un dato personal y su uso está protegido por la Constitución y por leyes como la Ley de Protección de Datos o el Código penal; así, por ejemplo, un reenvío de una foto de sexting podría considerarse delito de revelación de secreto.
La presión del like
La segunda noticia hace referencia a la chica que se suicidó por no tener likes en Instagram. Me recuerda a Celia Fuentes, la instagrammer que años atrás hizo lo mismo. Según sus propios amigos, vivía “obsesionada” por conseguir seguidores. Se trabajaba cada imagen hasta la extenuación y siempre pensaba qué pose era la mejor. También me viene a la mente el caso de Berta Bernat, que no terminó de forma tan drástica. Ella se reinventó y ha publicado recientemente su primera novela, en la que explica cómo abandonó una cuenta de Instagram con más de 95.000 seguidores. Con sus propias palabras: “Instagram es una máquina de frustración”.
El problema se da principalmente cuando el subidón de autoestima depende los likes que recibas, sea en tu vida offline o online. Cuando se trata de redes sociales, y quizás de forma inconsciente, se va dejando que sean los demás quienes te valoren a partir de imágenes a menudo retocadas. La sobreexposición online y depender de la valoración de otros puede tener como consecuencia la elección de parejas y amistades tóxicas y la aparición de fragilidades contemporáneas como fobias sociales, anorexia, bulimia, depresión e incluso suicidio. De ello hablamos en #LiveYourRealLife, una jornada que organizamos desde la Asociación dirigida a adolescentes de quince y dieciséis años.
El titular que se refiere a Aleñá, el futbolista que tuvo que cerrar su cuenta de Twitter, me recuerda desafortunadamente a esta práctica de insultos y haters demasiado frecuente en las redes. Es necesario saber cómo responder en redes a cuestiones de las que no somos ideológicamente partidarios. A menudo se utiliza la red como una pantalla detrás de la cual parece que estamos legitimados a insultar, provocar o amenazar al que expone sus ideas solamente porque no se coincide con ellas. Ante tal tipo de situaciones, urge educar en el respeto, la tolerancia en las redes Así como recapacitar sobre el significado de hater y de las consecuencias de su «normalización»
El caso del niño de MasterCherf parece que se trata de usurpación de identidad. Alguien hackeó su cuenta e hizo un tuit en su nombre. En términos de seguridad, hubiera sido suficiente con tomar ciertas medidas: como una buena contraseña y la doble verificación. Este proceso, tal y como su nombre indica, es una verificación doble del usuario para asegurar que es quien dice ser y no alguien que se está haciendo pasar por él o ella. Partiendo de esa base, la autenticación extra es una gran manera para añadir algo más de seguridad. También apareció la tropa de haters que calumniaron al menor.
La cuenta del niño estaba gestionada por el programa y sus padres. Este hecho me suscita diversos interrogantes: ¿Es necesario que un menor de diez años tenga Twitter? ¿Para qué le sirve ser la cara de un perfil de Twitter? ¿Quiénes creemos que será su audiencia potencial? Si por un lado pedimos a las empresas que priorice la seguridad del menor y la privacidad y, por otro, los adultos (en forma de programas televisivos o en individual) utilizamos a los menores como reclamos en las redes sociales ¿qué conclusión sacamos de ello? ¿Con qué referente se quedan los menores?
¿Qué hay que hacer?
Es posible prevenir y para hacerlo es indispensable desarrollar competencias en el mundo real, como el pensamiento crítico. También es necesario que aprendamos cual es el modo de comunicarse en las redes sociales, conocer sus entresijos, aprender aspectos básicos como la gestión de la privacidad de nuestros dispositivos. Si a todo ello le añadimos una dosis de sensatez, puede ser la mejor vacuna para evitar acciones que en el mundo online no se pueden borrar tan fácilmente
Firma: Anna Plans