Se habla largo y tendido sobre los riesgos que los menores corren en internet. Se toman medidas para un uso lógico de los dispositivos en centros educativos. Se dan recomendaciones oficiales o profesionales para una educación saludable del menor y las pantallas. Todo esto, tan bueno y necesario, también lo llevamos haciendo desde hace años en la Fundación Aprender a Mirar y a través de estas páginas de Contraste.
Sin embargo, en esta ocasión queremos subir el ángulo del foco: ¿qué pasa con los adultos? Es indudable que nuestras herramientas para afrontar la manipulación tecnológica son mayores, o deberían serlo, pero asistimos diariamente al bochornoso espectáculo de personas que plantan la pantalla delante del menor para que no moleste, para que se calle o, peor aún, para evitar una rabieta o discusión. ¿Qué nos pasa a los adultos que ya no ayudamos ni a nuestros propios hijos?
Aunque parezcan excesivas estas afirmaciones, solo hay que asomarse (o levantar la mirada del móvil cuando vamos en autobús) para constatar que el silencio infantil es casi absoluto. Este problema solemos abordarlo desde la perspectiva del menor pero quizá sería bueno afrontarlo desde la nuestra.
El uso saludable de las pantallas no solo beneficia a la infancia y a la juventud, nos beneficia a todos. ¿Qué buscamos cuando subimos un post o una imagen en una red social? ¿Para qué seguimos a determinados influencers? ¿Por qué vemos una u otra serie? ¿Cómo elegimos el contenido audiovisual que consumimos? ¿Contrastamos la información que nos llega a través de los medios digitales? ¿Leemos o estudiamos sobre lo que vemos? Todas estas preguntas y algunas más deberíamos planteárnoslas cada uno. Y resolverlas.
En este número de Contraste abordamos la problemática del sharenting, práctica que consiste en mostrar a la infancia en redes de forma habitual y que tiene efectos negativos en el desarrollo y el futuro del menor. Además, las causas del sharenting, como se desveló en el webinar de octubre con la Dra. Silvia Álava, parte de una necesidad adulta de aumentar la autoestima y ser valorado en la red. Una vez más, somos los adultos los que tenemos que modificar nuestros hábitos tecnológicos, no solo para proteger a la infancia, sino para recuperar nuestra vida real.