Kon Loach regresa con la flamante ganadora de la Palma de Oro en Cannes. Un nuevo relato de profundo realismo social y político para detenerse a pensar.
El famoso y octogenario director Ken Loach, especialista en llevar a la gran pantalla temas de profundo realismo social y político –actitud que repite en su filmografía, entre las que se encuentran, por citar algunas películas, Tierra y libertad de 1995 ó El viento que agita la cebada de 2006– ha conseguido con Yo, Daniel Blake, su obra de denuncia más reciente, la Palma de Oro a la Mejor Película en el reciente Festival Cinematográfico de Cannes 2016.
Semana tras semana, el cine ofrece un variopinto repertorio que cubre muchas de las expectativas del asiduo espectador: divertidas comedias, terroríficas apariciones, dramas lacrimógenos y muchos otros estilos que cierran el ciclo de posibilidades para llevar a la gran pantalla unas horas de entretenimiento y diversión.
Pero hoy, con este nuevo título, toca pensar, discernir y tomar decisiones porque en esta ocasión tenemos ante nosotros un nuevo mensaje de este genial director que es Ken Loach. Con esta agria propuesta, plasma una formal denuncia contra los complicados entresijos de la Administración (en este caso la británica) pero que, con matices, podría extenderse a una vigente y oscura complicidad del sistema en la gran mayoría de los países que forman parte del globo terráqueo.
Y como de costumbre, lanza cañas contra la aplicación férrea, sin excepciones, de un duro proceso en el que se ve envuelta toda persona en paro laboral al tener que seguir complicados pasos para solventar su angustiosa problemática.
El film sigue, paso a paso, la evolución de este dramático proceso en el que están inmersos dos personajes, un hombre y una mujer, con escasas posibilidades de solución vital. La construcción cinematográfica goza de una sobriedad absoluta en la evolución de la historia, casi siempre con planos interiores austeros, correspondientes a la clase social de los protagonistas, a los que Dave Johns y Hayley Squires dan ajustada interpretación.
Yo, Daniel Blake es, en definitiva, una excelente cinta en la que el cine pone en solfa un permanente desajuste en la relación social y post-laboral de la clase humana más desfavorecida, aunque una significativa frase en la nueva obra de Loach resuma acertadamente su mensaje y especial significado: “Todos necesitamos que el viento empuje por detrás a nuestras velas para una mejor navegación”
Firma: Joaquim Guitart
Un imprevisto problema coronario obliga a Daniel Blake, de 59 años y carpintero de profesión, a acudir a los servicios sociales por primera vez en su vida. Pese a que el doctor que le visita le prohíbe reintegrarse a su trabajo, la Administración le obliga a inscribirse en otro empleo para no exponerse a una sanción.
Durante una de sus visitas a la oficina de colocación, Daniel conoce a Rachel, una madre soltera con dos hijos, quien tuvo que aceptar un alojamiento a más de 450 kilómetros con el fin de evitar ser enviada a un hogar de acogida. Inmersos en la gran problemática administrativa que les rodea, Daniel y Rachel harán todo lo posible para encontrar un camino que marque un nuevo rumbo en sus complicadas vidas.