Western

Esta cinta aparentemente minoritaria fue la revelación del Festival de Cannes’ 97, donde obtuvo el Gran Premio del Jurado Internacional. Después, Francia seleccionaría este insólito filme para optar al Oscar de Hollywood. Se trata de una nueva realización experimental del cineasta galo-peruano Manuel Poirier, autor de diversos cortometrajes y de tres largos franceses que ya llamaron la atención: Le petit amie d’Antonio (1992), À la campagne (1994) y Marion (1996). Ahora, siguiendo su singular estilo (improvisación creadora, agudo sentido del humor, espontaneidad y mirada nostálgica y tierna) demuestra no sólo su conocimiento del Séptimo Arte, sino haber bebido en las fuentes de los maestros Jean Renoir y Eric Rohmer.

Así, el naturalismo impresionista del primero y el azar y amoralidad del segundo están presentes en su puesta en escena (nunca mejor dicho), apoyada ésta en la notable interpretación de un creíble reparto que encabezan Sergi López y Sacha Bourdo y en esa Bretaña del país vecino, que es captada con sumo gusto estético -se respira el ambiente y se oye el viento como si estuviéramos allí- y la cual es la gran co-protagonista del relato. También cabe destacar la música y canciones a la guitarra del español Bernardo Sandoval. Porque, ante todo, Western (título que se refiere al Oeste galo-europeo, pero que podría interpretarse como un homenaje o guiño cinéfilo al histórico género) es un retrato de la Francia profunda.

A través de la historia de sus protagonistas, Poirier ofrece un amable reflejo de ciertas mentalidades del mundo rural francés, que denotan la idiosincrasia de un país y la crisis existencial de unas gentes sencillas. Realizada a modo de road movie, el itinerario ético y humano que siguen los personajes centrales (análogos a Don Quijote y Sancho), y aquellos con los que se relacionan física y anímicamente, no está demasiado alejado de otras latitudes europeas (recuérdese que la pareja central es catalán y rusa), en esa identidad supranacional que en los años noventa se intenta construir en el Viejo Continente. De ahí que la solidaridad y el entendimiento entre las diversas clases sociales y razas destaque en este filme intimista y humanitario.

Con todo, en su mirada de etnólogo, Manuel Poirier no ha sabido mantener la delicadeza del pudor. Aunque cuida la elipsis en algunos momentos íntimos, en otras escenas cae en el burdo exhibicionismo erótico y rompe el estilo lírico que transmite su original narración. Le ha faltado, pues, equilibrio estético y un poco menos de pesimismo o ambigüedad en su abierto desenlace, así como una mayor profundidad y acaso ambición sociofilosófica de fondo. Dejemos, no obstante, que nos hable él mismo de su voluntad de expresión: “Desde el principio quise rodar la historia de Paco y Nino en Bretaña y cinemascope. La idea de esta película estaba en mi cabeza desde hace muchos años. Dos extranjeros, muy diferentes el uno del otro, tanto en su personalidad como en sus relaciones con las mujeres y el amor. Sacar a la luz sus diferencias era lo más interesante para mí. Quería hacer una road movie en Bretaña, compuesta por numerosos encuentros que sirvieran para ir cimentando la amistad de los dos protagonistas, dentro del contexto de la Francia de hoy en día”.

Firma: Redacción