Roy Andersson cierra su trilogía viva sobre el ser humano con esta película que ganó el León de Oro en el Festival de Venecia 2014. Su peculiar sentido del humor le convierte en un cineasta más que singular, sobre todo en un terreno tan difícil como el de la comedia.
Para empezar, Andersson estructura el guión en 39 cuadros, prácticamente compuestos por un único plano fijo. Algunas referencias pictóricas, la explicitación del suelo y el techo escénico, la hierática coreografía de la figura humana o la simultaneidad espacio-temporal de dos acciones dramáticamente dispares constituyen las señas de identidad de un film surrealista pero no banal.
Este cineasta sueco baña la película con una fotografía, que incluye el trabajo sobre vestuario y maquillaje, donde predominan los verdes pálidos y los crudos, tirando al tono piedra. Todo esto actúa en consonancia con una expresión minimalista y abstracta que busca, precisamente, el absurdo en lo cotidiano en choque con lo extraordinario. De todo esto, junto con unos críticos anacronismos de corte histórico-social, acercan su humor a un espectador capaz de reírse con esas acciones y pausas dilatadas, así como esas frases de reiterada previsibilidad.
Roy Andersson sabe lo que hace y, además, es un director paciente, pues ha dedicado a Una paloma se posó… cuatro años de trabajo. En esta disparatada obra vuelca interesantes ideas sobre el hombre que conectan más con la filosofía existencialista de Heidegger (y su ser-en-el-tiempo) que con una antropología amable. Seguramente, esta combinación caracteriza aún más su postura y distancia con el espectador, al que le queda entrar de lleno en este viaje bastante conceptual o quedarse fuera, en el cómodo terreno de la risa enlatada.
Firma: Lourdes Domingo
Un hombre fallece de un infarto debido a un intento algo demasiado enérgico para abrir una botella de vino, mientras su mujer sigue preparando la cena en la cocina.
Una mujer mayor, a punto de morir en un hospital, agarra desesperadamente un bolso lleno de joyas mientras sus dos hijos intentan hacérselo soltar: “No puedes llevarte esto al cielo, mamá, allí te darán joyas nuevas…”.
Un pasajero muere en la cafetería de un ferry justo después de haber pagado su bandeja de comida. La cajera pregunta: “¿Alguien quiere esto? Es gratis”.
Estos tres son algunos de los momentos y escenas, aparentemente autónomas, que componen el film y que van enlazadas por dos personajes. Sam y Jonathan, dos comerciales que venden artículos de fiesta, siempre están discutiendo. Sam, convencido de ser el cerebro de la organización, trata a su compañero con el más absoluto paternalismo. Jonathan es lento y flemático.