Un suave olor a canela

Es difícil clasificar Un suave olor a canela. Su guión se mueve entre el drama, el relato costumbrista, la Poética artística, la memoria histórica o el collage malickiano. Esta variedad, de indudable originalidad, se vuelve, sin embargo, en contra de la propia película.

Repleta de buenas ideas bellamente filmadas (los cuadernos de colores, las fotos del proceso de deterioro físico, el intercambio de relatos, los recuerdos materializados de los seres queridos…), quedan en su conjunto como una sucesión incomprensible de proyectos inconclusos que dejan insatisfecho al espectador para conseguir que, finalmente, pierda todo el interés por alcanzar el final del relato.

Giovanna Ribes, su realizadora, cae en un par de errores comunes entre los directores noveles. Por un lado, cierta pretenciosidad en el montaje, los diálogos engolados y la excesiva afectación en el guión en general, que le restan frescura y sinceridad. Y por otro, la necesidad de colocar en un primer largometraje de ficción todas las buenas ideas que se tienen, no vaya a ser que no tenga oportunidad de rodar otro. Temor comprensible, pero un lastre para el resultado final.

Las buenas intenciones que Ribes y su equipo muestran a lo largo de todo el film obtienen resultado y se ganan la simpatía del espectador a pesar de que, como decía anteriormente, algo más de sencillez hubieran conseguido un relato mucho más bello, humano y cercano.

Firma: Esther Rodríguez