Un lugar en el mundo

Estamos ante una de las películas argentinas más importantes de los últimos años, nominada para el Oscar de Hollywood de 1992. El realizador bonaerense Adolfo Aristarain (Tiempo de revancha, 1981; Ultimos días de la víctima, 1982) ha demostrado de nuevo su capacidad creadora con otro film de tesis que ha recibido la Concha de Oro del Festival de San Sebastián ’92. Su puesta en imágenes, pulcras, comedidas, es verdaderamente notable; respira poesía y humanidad, así como un dominio de la sintaxis narrativa.

La banda musical de Emilio Kauderer y la interpretación -también destacan el español José Sacristán y el joven actor Gastón Batyi-, al tiempo que la brillante captación de escenarios naturales del sur de Argentina, ayudan a mantener el ritmo e interés dramático de este largo relato en flash-back, que lleva a la seria reflexión del público intelectual, a quien va dirigido especialmente el film. Con todo, en Argentina ha sido un gran éxito comercial, superior a productos de consumo norteamericanos como Terminator. La crítica sociopolítica de izquierda es obvia, y la defensa de los valores humanos y la lucha por los desheredados -a veces un tanto utópica, como reconoce el maestro protagonista, quien muere de infarto-, parece sincera; en momentos, incluso, llega a tocar las fibras más sensibles del espectador.

El guión de Adolfo Aristarain es sólido, y el estudio de mentalidades y de ambientes que ofrece son muy agudos, pero algo tristes. El lenguaje resulta bastante duro, a la vez que se evidencia cruda y favorablemente la actitud de una religiosa de “teología de la liberación”. En su conjunto, y a pesar de transmitir cierto desencanto, Un lugar en el mundo es un film nostálgico y metafórico solidariamente positivo, cuyo nivel intelectual, belleza plástica y sentido humanitario le sitúan entre las obras artísticas del cine contemporáneo.

Firma: Redacción