Tamara y la Catarina

Tamara y la Catarina es una lenta y pausada inmersión en el submundo de los más desfavorecidos. Una intensa y profunda mirada al día a día de aquellos cuya rutina debe hacer frente a las limitaciones físicas y económicas, a la edad, el desamparo, la injusticia, el abuso o la incomprensión.

Lucía Carreras, a la que ya conocíamos como co-guionista de la extraordinaria La jaula de oro, nos cuenta en este su segundo largometraje, una historia pequeña pero universal. Un cuento de Navidad sin el glamour del Londres dickensiano, pero intensificado gracias a las paupérrimas calles mexicanas, a las grises y desangeladas paredes de casas que parecen chabolas y a una corrupción policial y burocrática que rivaliza en crueldad con cualquier Scrooge.

Carreras utiliza sabiamente todos estos elementos ambientales para centrar y amplificar lo verdaderamente importante: la humanidad de Tamara y de doña Meche, e incluso del apático Lalo o de la aparentemente despótica dueña de la cafetería.

La directora se toma su tiempo para presentarnos a los personajes y acompasa el ritmo del film al de la parsimoniosa vida de Tamara. Consigue, de ese modo, exasperar al espectador medio (burgués y “autocomplacido” con su coeficiente intelectual) y forzarle (he ahí la magia del cine) a frenar, contemplar y empatizar con quien no ha tenido las mismas oportunidades en su vida.

Relato realista, por tanto, sobrecogedor, intenso y duro. Un excelente trabajo de Lucía Carreras, refrendado por la magnífica interpretación del elenco y, en especial, de Ángeles Cruz y Angelina Peláez. Una historia que traspasa la pantalla y, sin amargura, deja al espectador muchos días, sentado de la misma manera que una de las protagonistas en la última escena del film.

Firma: Esther Rodríguez