Steve Jobs fue leyenda mientra vivía. Su legado y trayectoria profesional fueron algo visible y evidente durante esos años, una revolución para los mercados y sobre todo una revolución para los usuarios de a pie. Al mismo tiempo, su itinerario personal no fue menos accidentado. Por eso, no es extraño que su figura sea un suculento anzuelo para un dramaturgo del calibre de Aaron Sorkin.
Sorkin ha exprimido todas sus posiblidades creativas y ha sido capaz de retratar con coherencia a un complicado personaje. Precisamente, al escoger una perspectiva muy concreta y con una estructura dramática muy clara y estilizada, el también guionista de un biopic análogo (La red social sobre Mark Zuckerberg) sale airoso y muy justificado.
Este neoyorquino parte de la conocida biografía de Jobs escrita por Walter Isaacson, aunque también ha entrevistado a sus principales amigos, compañeros y familiares. Con este material, Aaron Sorkin construye tres actos, de 40 minutos cada uno, en los que condensa varios conflictos tejidos con su propia creatividad, a modo de “cuadro” y no “fotografía” como él mismo afirma.
Básicamente, Steve Jobs elabora un entramado donde los productos que lanza al mercado son metáforas de su situación íntima. Por ejemplo, la dialéctica entre la paternidad profesional y personal está bastante clara y compite narrativamente con asuntos de calado como la rivalidad, la competitividad y la frustración, que siempre se articulan de modo concreto sin dejar de sonar a shakesperianos.
De hecho, este es el estilo Sorkin, que predomina en Steve Jobs por encima de una realización más subyugada de Boyle y que también está presente en sus series para la pequeña pantalla, como El ala oeste de la Casa Blanca o The newsroom.
La predilección por interiores de perímetro marcado, donde se condensan conflictos profesionales y personales de incidencia social, con protagonistas de alto coeficiente intelectual y no poco idealismo (aquí encarnado especialmente en el personaje de Kate Winslet) facilitan esa escritura de screwball-comedy que maneja con tanta pericia. Además de estas estrategias más semánticas, el guión aprovecha las posiblidades que ofrece la condensación temporal: narrar casi en tiempo real, sin elipsis y con una sensación de cuenta atrás, que potencia la intensidad y la implicación necesaria del espectador para captar todas las aristas de este ejercicio tan teatral como vital que supone el film.
Firma: Lourdes Domingo
Steve Jobs está a punto de lanzar el Macintosh en 1984. Minutos antes de entrar en el escenario se suceden una serie de encuentros, en muchos casos más bien desencuentros, que revelan la compleja personalidad y genialidad de este hombre que ha empezado a revolucionar el mundo de la informática.
