Solo los amantes sobreviven

Jim Jarmusch se convirtió, desde sus inicios en la década de los 80, en una de las figuras más características del cine independiente estadounidense. Caracterizadas por un estilo minimalista, poco convencional, algo excéntrico y surrealista, y con gusto por lo contracultural, sus películas despiertan casi tantos amores como odios entre la crítica especializada.

En Solo los amantes sobreviven, el autor norteamericano presenta una historia de vampiros modernos que juega con algunas de las claves de su género, a caballo entre una alargada broma cargada de ese humor seco tan característico de Jarmusch y cierta voluntad de ruptura con el tópico establecido. En medio de todo ello y de una narración de hechos aparentemente intrascendente, Jarmusch propone una radiografía triste y oscura del hombre actual y del hombre a través de la Historia.

El cineasta sabe moverse bien en el terreno que pisa, y con un trabajado uso de la iluminación, los escenarios y la puesta en escena consigue dotar a su película de la atmósfera adecuada a sus intereses. Los tiempos pausados y dilatados del film parecen también destinados a contagiar al espectador de la lenta y melancólica existencia de sus protagonistas.

Este ejercicio puede tener cierta gracia si el espectador consigue conectar con el ritmo y la temática algo deprimentes de la cinta pero, en general, cuesta entrar en el juego de un Jarmusch que no deja de resultar algo aburrido y retórico, bastante pretencioso (en su utilización de referencias históricas o musicales, por ejemplo) y, sobre todo, excesivamente autocomplaciente en sus intenciones estéticas.

Firma: Juan Xipell