Se trata de otro producto manufacturado de Hollywood, realizado por el eficiente Barry Levinson (Avalon, Bugsy). El “oscarizado” realizador de “Rain Man” ha logrado un nuevo filme impactante, que toca un tema candente en nuestra sociedad: el abuso de poder. Si ayer trató del asedio sexual (Acoso) sin pelos en la lengua, ahora acomete con escaso pudor los abusos en los centros penitenciarios infantiles “el Hogar Wilkinson”, uno de los doce que reciben a niños procedentes de Nueva York. A tal fin, ha contado con el “best-seller” de Lorenzo Carcaterra (libro basado en hechos reales, que hace dos años escandalizó en su país) y rodado en los escenarios naturales de “La cocina del infierno” del West Side de Manhattan, barriada donde conviven principalmente emigrantes italianos, irlandeses y portorriqueños.
Además, Levinson ha gozado de la apoyatura interpretativa de un reparto de excepción, del que cabe destacar tres figuras consagradas: Dustin Hoffman, genial como el alcoholizado abogado defensor; Robert de Niro, como el sufrido sacerdote católico; y Vittorio Gassman, como el viejo “capo” mafioso, Benny. El éxito, por tanto, estaba asegurado de antemano. Ahora, pese a la mala crítica que ha tenido el filme, espera los resultados en los próximos galardones de la Academia. “Aunque Levinson y el director de fotografía Michael Ballhaus aportan grandes dosis de buen cine (escribió el crítico de Los Angeles Times), las numerosas escenas de atrocidad consiguen que uno se pregunte si realmente hace falta tanto sadismo en mitad de una película orientada al entretenimiento”.
Con una dureza inusitada, pero sin caer en el fácil sentimentalismo (incurre en alguna concesión pasajera, si bien cuida la elipsis en las torturas y violaciones de los cuatro protagonistas), Barry Levinson no concibe tanto un film-espectáculo como poner el dedo en la llaga en torno a una serie de temas que están hoy en el candelero. Dejemos que se defienda el propio director y guionista: “Sleepers es una tragedia americana. Muchas veces, sucesos que ocurren al principio de nuestras vidas afectan a todo lo que viene después. Un pequeño acontecimiento puede alterar nuestro destino para siempre”.
Ahora bien, aunque el polémico realizador hace una seria defensa de la amistad y lealtad humanas, su postura crítica resulta ambigua con respecto a la venganza: ese tomarse la justicia por su mano, asimismo presente en el mundo contemporáneo. Sin embargo, fuera de la película se pronuncia así: “Hell’s Kitchen es un barrio que, en lo fundamental, los problemas se resolvían internamente. Por eso, muchos años después, cuando se encontraban con alguien que procedía de los tiempos de la escuela reformatorio, se ocupaban de ajustar las cuentas personalmente. Es fácil cuestionar la moralidad de sus actos. Pero, dadas las circuntancias, ¿quién puede decir lo que habría hecho cualquiera de nosotros?”.
Con todo, pienso que la postura del padre Bobby está demasiado próxima a una moral de situación; al igual que la del “rey” Benny, que posee un código de honor que castiga la traición y cobardía con la muerte. Al tiempo que tampoco ofrece un estudio de mentalidades ni análisis social. Por otro lado, el mismo realizador afirmaría: “Con esta película no pretendemos poner en tela de juicio el sistema penitenciario, pero lo que sí queremos es cuestionar el poder ilimitado que se da a personas que pueden abusar de él, tanto en los centros de reclusión de menores como en hospitales psiquiátricos o en residencias de ancianos. (…) No se trata de justificar la acción de unos asesinos “concluyó Levinson”; no es la cuestión central del argumento, pero sí la de una victoria amarga, un triunfo a un alto coste moral y personal”.
Ciertamente, el sentimiento de derrota es lo que queda en el interior de todos los protagonistas y, también, en el ánimo del sufriente espectador. Un público atraído por la cinta (6.016 millores de pesetas, en seis semanas en USA; y 375 millones, en dos semanas de exhibición en España) y manipulado por las brillantes y a veces desagradables imágenes de este sagaz artesano de la Meca del Cine.
Firma: Redacció
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América, años 60-80. Un grupo de cuatro amigos, de procedencia humilde y residente en el barrio Hell’s Kitchen de Nueva York, tras una fechoría infantil es ingresado en un reformatorio. Allí, estos menores de edad sufren una serie de vejaciones que les marcará para toda la vida: dos se transformarán en delicuentes y matarán (20 años después, por venganza) al más cruel de sus guardianes; mientras los otros dos (un auxiliar de periodista, que narra la historia; y el ayudante del fiscal del distrito, que trama la venganza judicial) lograrán desmontar la imagen prestigiosa de aquella institución de menores. Acaba en tragedia.