John Carney en estado puro. Música, ciudad, familia, conflicto emocional y crisis de crecimiento vuelven a mezclarse para que Carney demuestre que el musical urbano existe, sobrevive y adopta una fórmula que a él, de momento, le funciona.
Tras la naïf Once, este director irlandés consiguió otro éxito bastante considerable con Begin again, para la que ya contó con un casting muy vendible y conocido: Mark Ruffalo y Keyra Knightley, además de la presencia de Adam Levine (que, esta vez, se encarga de la canción que cierra Sing street).
En su tercer gran film ha vuelto a su país y a los años 80 para aumentar el nivel de nostalgia, mientras retorna a un cartel de actores nuevos y desconocidos. Lo primero, la parte más melancólica, funciona con creces. De hecho, a través de ella se potencia el sentido el humor: los trajes, los videoclips, todo el estilo de los nuevos románticos y su capacidad para innovar (a veces más en la ropa y en el teclado que en la música) no tienen desperdicio. Escuchar y ver a Duran Duran, Génesis, The Cure o Aha en el contexto de la película es parte del entretenimiento y del repaso a un momento importante del pop anglosajón.
También lo segundo, esos jóvenes actores, supone otra gran acierto de Carney. Del primero al último destilan compasión y simpatía. Son capaces de transmitir dolor y desconcierto ante un mundo de adultos que funciona sin tenerlos realmente en cuenta o que se aprovecha de ellos (en esto, Carney se sirve con calzador del elemento clerical) y, poco después, también son capaces de provocar la risa por lo descabellado de sus ocurrencias. En esta combinación, el guion mezcla géneros y aborda cuestiones con una aguda capacidad para detectar dónde le duele a un joven que está en pleno cambio y, al mismo tiempo, dónde encuentra el rescate.
En este sentido, la música y el primer amor –como redentores de una realidad falta de esperanza– aparecen con gracia y cierta profundidad en el film. Carney sabe introducir las canciones para que sean motor de los conflictos y para hacerlos avanzar con un cariz creativo.
Incluso su idealismo final es perdonable (otras películas han contado dramas que arrancan justo donde acaba el film) por el tipo de historia que quiere contar. Estamos ante un relato corto pero pegadizo, ligero pero punzante y marcado por una apertura a la “alegría de vivir” en medio de un entorno sucio y caótico.
Mientras, Carney deja otra banda sonora para amantes del pop melódico y comercial y una historia de educación sentimental a golpe de pentagrama.
Firma: Lourdes Domingo
Dublín. Años 80. En la ciudad se nota la recesión financiera, que afecta a muchas familias, entre ellas la de Conor. Se trata del pequeño de tres hermanos, un adolescente incipiente que debe abandonar la escuela privada para entrar en una pública, donde el trato por parte de los profesores y de muchos alumnos deja bastante que desear.
Al mismo tiempo, el clima en su casa es más que tenso, con la precaria relación entre sus padres añadida a la precaria situación económica. Entonces, frente a su colegio, conoce a Raphina. Misteriosa y con un estilo atrevido, Conor la invita a protagonizar el videoclip de un grupo musical que aún no existe.