Sapos y culebras

Francisco Avizanda estrena su segundo largometraje de ficción, tras una carrera de cortos y documentales y una ópera prima (Hoy no se fía, mañana sí) en la que estiró más el brazo que la manga en un intento de sofisticar los servicios secretos del franquismo, con una protagonista llamada Gilda.

Algo parecido sucede en este Sapos y culebras, donde las tramas urbanístico-inmobiliarias, con casinos de por medio, los maletines secretos, amigos-enemigos, cámaras ocultas y pijos en apuros se conjugan de manera tan abrupta que el desconcierto y la falta de interés no tardan en aparecer.

Avizanda intenta tejer un thriller algo afectado, en el que el auténtico conflicto empieza demasiado tarde, a los 35 minutos (de los 93 finales); los personajes se quedan cortos y la química entre ellos es hechicería barata, sobre todo en las burdas interacciones sexuales que hacen totalmente opaco el desarrollo del guión en la subtrama más personal o supuestamente romántica.

En su conjunto, el film pretende retener datos para atraer interés, pero deshoja la margarita dando réplicas artificiales a sus protagonistas, de manera que digan “todo” al espectador aunque no venga a cuento. Esa contradicción llega hasta el tramo climático, en el que nos encontramos con varios finales tan consecutivos como impuestos.

Francisco Avizanda ha escogido un asunto realmente sugerente, actual y materia prima perfecta para un thriller de las características que buscaba el director navarro. Lástima que al guión y a la realización le falten unas cuantas vueltas para dar con una fórmula más coherente y seductora.

Firma: Lourdes Domingo