Quiero ser italiano

La última comedia francesa, tan popular y bien acogida por el público en los últimos tiempos, llega a nuestro país de la mano de Olivier Baroux, un intérprete reconvertido a director desde que en 2007 debutara tras las cámaras con Ce soir, je dors chez toi. Tanto en ella como en su siguiente proyecto, Safari, Baroux pudo contar con la colaboración de Kad Merad, un actor que ha sabido apuntarse a algunos de los éxitos recientes más sonados del cine galo (Los chicos del coro, Bienvenidos al norte, La guerra de los botones), y que aquí se erige como principal reclamo de un film más bien discreto e irregular.

La principal baza cómica que trata de explotar la película es la del choque cultural vivido por un protagonista obligado, no solo a practicar una religión a la que había renunciado, sino también a esconderlo frente a un grupo de personas que idolatran su falsa personalidad. En este sentido, Quiero ser italiano se inicia como un ejercicio algo frívolo y casi paródico de las exigencias de la religión, principalmente expuestas, con un sentido del humor muy básico y poco original pero sin llegar a la ofensa, a través de la práctica del ayuno y la abstinencia sexual. A partir de ahí, la cinta avanza adquiriendo un tono que, aunque muy plano, se adentra, con mejores intenciones que resultados, en la evolución del protagonista en su reencuentro con la religión y sus raíces, siempre con la ligereza de anteponer la broma a la reflexión, pero aparcando la ironía de los primeros minutos de metraje.  

Poco más que eso, y algún que otro sencillo mensaje en contra de los prejuicios y la discriminación racial, es capaz de ofrecer esta cinta que puede resultar demasiado justa para amortizar el precio de una entrada.

Firma: Juan Xipell