Pequeñas mentiras sin importancia

Guillaume Canet tuvo una experiencia de soledad veraniega, mientras estuvo hospitalizado por una infección. De ahí surgió la idea para esta película sembrada de egoísmos treintañeros y cuarentones, estructurada a la francesa, en la que lo que parece lúdico y divertido al principio adquiere un cariz trágico al final. Por otra parte, el reparto coral y la idea de amigos reunidos bajo un mismo techo es casi un motivo universal con el que Kenneth Branagh (Los amigos de Peter) y antes Lawrence Kasdan (Reencuentro) sedujeron al público con el tono liviano y el dramático.

En pleno siglo XXI, el individualismo se manifiesta con matices distintos pero en el fondo se trata de los mismos problemas: inmadurez, materialismo, hedonismo, miedo al compromiso y huida del dolor propio o ajeno.

Canet no esconde su ambición con un metraje que se convierte en excesivo, y quizá para paliarlo adereza la película con un conjunto de canciones e imágenes idílicas en formato clipero. Interesante, muy bien interpretada, aunque con poca profundidad final.

Firma: Lourdes Domingo