Pasolini

Pasolini fue un icono en vida, y su muerte, violenta y todavía rodeada de enigmas, contribuyó a forjar una biografía aún más cargada de simbolismos y rúbricas. Sin herederos estilísticos ni ideológicos, su obra, polémica y muy personal, sigue cautivando a directores y literatos. De ahí, quizá, el impetuoso y extraño homenaje que le tributan Abel Ferrara y Nicola Tranquillino, los amasadores de la idea original de este film.

Realmente, el relato opta por un cóctel de elementos organizados a modo de caóticas relaciones: pasa de la anarquía de sus imágenes surrealistas y hasta pornográficas en la trama con Ninetto Davoli a la tranquilidad más armónica en la casa materna, o a los paseos en zonas marginales, los encuentros entrañables con amigos y relatos en off de sus escritos y pensamientos.

A pesar de la documentación de Braucci –un guionista labrado, en parte, en el cine de Mateo Garrone (Gomorra, Reality) y que está en los créditos de la reciente Calabria-, el film da tumbos y no convence. Tampoco se entiende ni desde el prisma Ferrariano de romper convenciones y desmesurarlo todo. Hay aspectos, además de la sordidez ajena al legado Pasolini, que rechinan y no encuentran una justificación: ni las sobreimpresiones pastiche ni la opción por la versión inglesa de personajes meramente romanos (que empiezan la secuencia con una réplica en italiano para pasar, acto seguido, a la lengua anglosajona).

Atrevida pero sin lógica, ni tan sólo surrealista, Pasolini según Ferrara es un retrato errático que ha encontrado tanto entusiastas como detractores. Quizá en eso sí busca ser fiel al efecto que provocaba Paolo Pier Pasolini.

Firma: Lourdes Domingo