El otro lado de la esperanza

Desde El Havre, en 2011, no teníamos ningún largometraje nuevo de este director finlandés que siempre sorprende por su estilo sobrio pero extrañamente insólito.

Como en el título citado, Aki Kaurismäki vuelve a desplegar un asunto que habla del hombre en debate con sus esencias. A través de dos tramas, que pacientemente se acercan, el guion finaliza también sugiriendo preguntas y cuestiones sobre la confusa identidad de la Europa que vivimos.

La propuesta de este cineasta va en su línea habitual de ser sencilla y a la vez especialmente profunda, sin entrar en sermones, desnudando gestos-clichés (como la generosidad de Khaled) de toda afectación y destapando la botella de un humor nórdico, comedido y brillante.

Esta mezcla de elementos, tonos y emociones suscita un espacio dramático más sereno para descubrir qué necesita el hombre contemporáneo, sea un inmigrante joven o un cansado europeo ya mayor. Sin aspavientos y con voz suave –unos planos fijos con encuadres muy medidos que saben encajar la expresión, el objeto y el color que marca el pequeño o gran drama– el film revela que todos, en sustancia, precisamos de lo mismo.

Además, Kaurismäki es capaz de colocar unas secuencias musicales, donde la cuerda y la voz adoptan el protagonismo de caracterizar con sutileza el estado anímico de los personajes.

El merecido Oso de Plata al mejor director en el Festival de Berlín 2017 anuncia que el responsable de La chica de la fábrica de cerillas, Nubes pasajeras o El hombre sin pasado está en alta forma creativa.

Firma: Lourdes Domingo