Michel Gondry (Olvídate de mí), director polifacético que ha pasado por varios géneros, sorprende con Nosotros y yo, una apuesta visual y estructuralmente arriesgada de realismo social sobre la adolescencia.
Gondry nos invita a participar de un viaje en autobús, recorriendo y retratando el Bronx neoyorquino, junto a un grupo de colegiales que vamos conociendo desde la apariencia hasta lo más profundo e interesante a su vez. Narrado en un espacio-tiempo continuo, va cayendo la noche y nos adentramos en las grandes inseguridades de la pubertad. A medida que los personajes quedan solos, van abandonando sus caretas y aflora la persona adulta que llevan dentro.
El director va con todo para ser coherente con la historia, proponiendo un montaje acelerado que, en la mayoría de ocasiones, va al ritmo de canciones contemporáneas, repite planos para enfatizar y apuesta por las nuevas tecnologías, como el móvil, para mostrarnos flashbacks de acciones narradas y protagonizadas por los personajes. Acciones que, al estilo Rashomon, pueden ser versiones alterables por su narrador. La cámara actúa como voyeur, atrapando momentos íntimos de todos los pasajeros. Una cámara que recuerda a Kids por el libre movimiento, mareante, cámara en mano, que recoge las conversaciones como si se tratara de un sujeto presente.
Por eso, Nosotros y yo, puede considerarse una película documental, con un estilo propio del cine de serie B, que se aproxima a las teorías realistas. Los personajes en la ficción conservan el mismo nombre que en la realidad y es observable cómo el director busca capturar en los protagonistas a la persona real que hay detrás. Hay escenas que parecen fruto de las más natural improvisación, los jóvenes tienen libertad para ser ellos mismos, y se nota, expresan sus propias bromas, incluso sus particulares preocupaciones y miedos.
Gondry, como defendía Bazin, busca plasmar el arte de lo real, tanto que puede llegar a ser tan cruel y/o de mal gusto como la vida misma. Con esto, es donde el director se desorienta, ya que se detiene en mayor parte con lo superficial de los personajes, bromas groseras, sexismo, los tópicos fáciles y atractivos para atraer a un público joven. Se dedica menos a la segunda parte de la película, donde podríamos conocer realmente a los protagonistas. En ella, se plantean valores pero cabría la posibilidad de profundizar con más ahínco, aunque resultan algunas escenas memorables, como la de Michael y el chico de los cascos. No obstante, en este tramo, la interpretación de los jóvenes no está a la altura, posiblemente por no ser actores y tener que reflejar, de modo real, sentimientos que en esta edad son complicados de sacar a relucir.
Firma: Javier de la Llave