No llores, vuela

Claudia Llosa regresa con otra película que quiere acercar a los ojos conflictos intensos, emocionales y casi existenciales, de una forma sobria, conducida por los personajes a través de acción silenciosa y diálogo vibrante. Estos diálogos, en realidad, resultan algo recargados, demasiado llenos de metáforas, lo cual puede acabar haciéndolos algo aborrecibles. 

El vacío y la desolación de una existencia desnuda quedan perfectamente ilustrados en el paisaje canadiense que, incluso desde la sala del cine, transmite mucho frío. Destaca muy especialmente Jennifer Connelly, pues la directora la hace navegar a lo largo de un poblado abanico de registros: tristeza, alegría, euforia y mucho énfasis en el llanto y la rabia. Es por eso que son tan estremecedoras las escenas de la confrontación entre ella y su hijo desaparecido, totalmente golpeadas por silencios llenos de incomprensión, miradas y dolor. 

La narrativa, no cronológica, resulta un tanto confusa, puesto que ya desde el principio tardamos en comprender qué está sucediendo y, al mismo tiempo, el marco en el que la acción tiene lugar es un bastante atemporal y lejano al espectador. Aún así, dentro de la trama encontramos algunas reflexiones de gran humanidad, como una acerca del lenguaje, que dice que es muy limitado a la hora de transmitir la experiencia. 

Película para cinéfilos del arte y ensayo español, o para nostálgicos de la brillante Jennifer Connelly, que nos enseña que es capaz de sobrellevar personajes más allá de lo comercial o facilón. 

Firma: Josepmaria Anglès