Animado por el medido éxito de La visita, M. Night Shyamalan se marca un estreno en el que su nombre aparece al completo. Productor, guionista, director y actor de cameo son las tareas que asume en una arriesgada trama en la que, de nuevo, pretende enganchar al espectador y, como mínimo, no espantar a la crítica.
En Múltiple, como en su protagonista, conviven varios shyamalans. El cineasta juguetón que no escatima en trucos para demostrar que domina los esquemas de un thriller clásico, mientras aprende a renovarlos y hacerlos suyos. El director entusiasta que quiere tocar todas las teclas posibles para hacer que una obra de presupuesto menor tenga momentos algo operísticos. El guionista obsesionado por la siembra de sugerencias y la combinación de analogías y paralelismos. Y la persona preocupada por cómo el hombre asume su papel en el mundo y con el mundo, en contacto siempre con ciertos límites físicos franqueables.
Lo cierto es que el conocido director de El sexto sentido sostiene el interés a través de un tejido convencional en el que anidan, y funcionan bien, sus manierismos habituales. De hecho, metáforas clásicas como la escalera espiral (en perspectiva contrapicada), las rejas y la mente, las heridas visibles y las no visibles, el hombre y la bestia y otras tantas se integran en el guión sin escocer ni sorprender.
No obstante, ese manierismo quizá se acusa demasiado en una banda sonora efectista, unas ópticas que abusan del rostro y de la escasa profundidad de campo y una psicóloga que, siendo un personaje principal, protagoniza demasiados momentos cliché e inverosímiles.
Con todo, Múltiple logra una mezcla emocional curiosa y que también se daba en The visit: ese humor negro de un Shyamalan más salvaje que no desdibuja la tragedia existencial que tiñe el argumento. Muy alejado del tono más melancólico de su primera filmografía, este cineasta no ha olvidado otras inquietudes narrativas (mantiene su buen pulso para el tiempo del plano, la selección del encuadre y la dosificación del fuera de campo) ni ambiciones temáticas (el pulso sobre los límites del dolor, el diverso camino que éste traza en la vida de cada persona, las creencias y las fronteras de la materia en relación a la mente o a algo que va más allá).
Con algunos minutos de más y esos excesos citados, Split deja que James McAvoy se lleve gran parte de la gloria del espectáculo y que Anya Taylor-Joy se configure como una joven musa del terror. En este sentido, Shyamalan se marca un juego con el género cinematográfico muy sugerente y temerario. Descubrirlo y juzgarlo es tarea que no incumbe a un análisis que debe “invitar a” y no revelar.
Firma: Lourdes Domingo
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