Locke

Steven Kinght intentó aportar dimensión dramática a sus personajes con su primer film como director. Redención seguía a un Jason Statham intentando ser algo más sopesado y melancólico que de costumbre. En Locke la cosa se radicaliza, pues sólo tenemos a un único protagonista, y se mejora, pues Knight supera con bastante ductilidad el reto de la soledad de Locke también en un único espacio fílmico.

Tras otros guiones análogamente centrados en decisiones solemnes y trascendentes del hombre frente a su destino (Amazing grace, Promesas del este), este director inglés dibuja un moderno relato sobre las consecuencias. Locke es moderno por el contexto pero rezuma tragedia clásica en el discurso moral de Ivan y en las dialécticas narrativas que entran, eso sí, tan etéreamente por escena. De hecho, la más etérea de todas, la del padre, no hace más que reforzar esa idea griega y bastante hamletiana.

A la par que sucede esto, la trama va tejiendo una sugestiva y explícita metáfora entre el arquitecto apuntalando el despliegue de hormigón más grande de Europa para fundamentar un edificio y el edificio no material de vínculos y relaciones que parece desmoronarse kilómetro a kilómetro.

Sin querer desvelar mucho de la trama, la sinceridad de Knight es encomiable y no es molesta ni perturbadora, como así parecen buscar otros directores más epidérmicos para capturar la atención de espectador. Libertad, responsabilidad, decisión, fortaleza y otras realidades que se conjugan en la vida con errores y debilidades trazan el camino de Locke en esta road-movie nocturna.

La dirección y la fotografía consensúan un montaje eminentemente ilustrativo pero para nada aburrido o plano: se logra un ritmo parejo al ritmo interno del conflicto. Y por supuesto, Locke es un revelador Tom Hardy con acento escocés y que quizá tensa demasiado la cuerda (por culpa del elemento más frágil del guión) en las réplicas al padre.

Firma: Lourdes Domingo