Tercera versión cinematográfica del best-seller de Alan Paton, publicado precisamente en el año 48 con el título de Cry, the Beloved Country, que adaptaron a la pantalla Zoltan Korda (1951) y Daniel Mann (1974), éste en forma de musical. Hoy, el famoso cineasta nativo Darrell James Roodt ha dirigido esta película con más lirismo que intencionalidad política. De ahí que manifestara el realizador australiano: “Entonces el “apartheid” acababa de ser institucionalizado, y el filme tenía un tono muy amargo, fruto de la angustia y la frustración. Ahora, en cambio, existe un clima de esperanza y mi película, sin negar ni rechazar la historia, gira en torno a los seres humanos, a los personajes, no al racismo ni la política”.
Realizada en bellos escenarios naturales, su ritmo pausado está sustentado por la brillante composición musical del “oscarizado” John Barry (Nacida libre, El león en invierno, Memorias de África y Bailando con lobos), quien dedica su banda sonora a Nelson Mandela, y por la espléndida interpretación de los veteranos James Earl Jones y Richard Harris. La reconstrucción de Johannesburgo y Sophiatown de los años 40 resulta asimismo notable.
Por su parte, el presidente Mandela se pronunciaría sobre “Llanto por la tierra amada”: “He disfrutado mucho con cada momento de la película. Lo que se retrata en Cry, the Beloved Country evoca las fuertes emociones sobre el terrible pasado de Sudáfrica y es también un monumento hacia el futuro. Uno de los más grandes líderes humanistas sudafricanos, Alan Paton, ha conseguido reflejar en su trabajo, de forma intensa y elocuente su confianza en la bondad esencial de la gente”.
Mientras la Premio Nobel sudafricana Nadine Gordimer valoró así el libro de Paton: “Es la novela más influyente de cuantas se han escrito en Sudáfrica y jugó un gran papel en la toma de conciencia popular. Esta obra hizo que el mundo cambiara la idea que tenía de este país: les hizo comprender el “apartheid” no era simplemente una ignominia abstracta, sino una distorsión de las relaciones humanas, del propio espíritu humano”.
Lejos del carácter revindicativo de otras cintas en torno al teóricamente desaparecido “apartheid” (Grita libertad, Un mundo aparte), Roodt incide en el pacifismo y en la solidaridad, especialmente a través del dolor, de los rostros y las miradas de los protagonistas, así como los diálogos entre el joven clérigo que acompaña a Rvdo. Kumalo, en su duro itinerario moral y existencial, donde comentan que temen que “cuando el hombre blanco aprenda a amar, es posible que el negro sólo sepa odiar”. Ideas de fondo que han sido expuestas con precisión por el cuidado guión de Ronald Harwood, junto a unas imágenes austeras, llenas de vitalidad y sugerencias críticas para el espectador cultivado.
Firma: Redacción
Sudáfrica. 1946. Relata el drama de un humilde pastor protestante, Stephen Kumalo, párroco rural de la zona montañosa de Napal, cuya familia de color ha emigrado a Johannesburgo y donde ha sufrido todo tipo de degradaciones. En su viaje a la capital, descubre que su hermana ha caído en la prostitución y su hijo matado al heredero de un terrateniente vecino, James Jarvis. Aquel (también blanco) era un líder comprometido en la defensa de los derechos de los negros, al igual que el hermano del clérigo. El encuentro de Jarvis padre y el Rvdo. Kumalo -ambos han perdido a sus hijos únicos (el del pastor muere en la horca)-, llevará a la reconciliación personal de dos mundos antagónicos que, desde 1948, se enfrentarían en el “apartheid”.
