Las nieves del Kilimanjaro

El cine de Robert Guédiguian se ha caracterizado desde sus inicios por una importante carga política y una alta implicación con el movimiento obrero y sindical. Después de algunos años inédito en nuestro país y de diversos títulos alejados de este tipo de connotaciones, el cineasta francés regresa a sus orígenes para rodar en el portuario barrio marsellés de L’Estaque esta solidaria fábula que toma su título de una popular canción de Pascal Danel (nada que ver con las aventuras de Gregory Peck en tierras africanas) y está inspirado en el poema La gente pobrede Victor Hugo.

Guédiguian aborda, desde su compromiso con la causa, un relato contextualizado en la crisis que hoy en día sacude al mundo entero para elaborar un didáctico retrato social, que toma como referencia la necesidad de recuperar la conciencia de clase y de rescatar y rehacer valores que el tiempo y las diversas generaciones de trabajadores han difuminado por necesidad o acomodamiento. En este sentido, el tono que adquiere el discurso de Guédiguian en Las nieves del Kilimanjaro posee dosis de contenido ideológico que removerán más de una conciencia, y debates éticos y políticos capaces de generar tantos odios como simpatías. Todos ellos, sin embargo, son presentados de forma muy serena y sin exaltaciones en un relato cálido, caritativo, honesto y repleto de amor y humanidad que busca (y permite al espectador) elaborar una segunda lectura del film mucho más agradecida y universal, y tan interesante, por lo menos, como la anterior.

Ariane Ascaride y Jean-Pierre Darroussin, habituales en el cine del director francés (especialmente ella que, además, es su mujer), están perfectos en sus creaciones y ayudan con ellas a agrandar la carga de emotividad que permitió a esta cinta alzarse con el premio del público en el festival de Valladolid.

Firma: Juan Xipell