La directora australiana Jocelyn Moorhouse, que también ha rodado en Estados Unidos, cuenta con su marido P. J. Hogan (La boda de Muriel, La boda de mi mejor amigo, Peter Pan: la gran aventura o Confesiones de una compradora compulsiva) para la adaptación de la primera novela de Rosalie Ham. Hasta La modista (2000), Ham se había dedicado a la escritura para teatro y con esta pieza tampoco consigue una narrativa especialmente brillante.
Moorhouse arranca la película, ambientada en los años 50, con una música, una geografía y una planificación de los objetos sacadas directamente del código del western. Sin embargo, el atuendo de la protagonista, su cigarro y la Singer que empuña en la otra mano nos alertan, desde el principio, que el contraste cómico-dramático va a ser una pieza de juego central en el guion.
A partir de este elemento, La modista construye una historia sobre un secreto del pasado desfigurado, por un lado, por la maldad humana y, por otro, por la memoria infantil bajo el peso del trauma.
A medida que se avanza en ese peculiar “whodoit”, “Tilly” transforma el vestuario y, con él, las vidas de los arrogantes, estrambóticos y míseros habitantes de Dungatar. En este sentido, el film elabora una metáfora sobre la costura como instrumento de transformación de la persona que aquí se centra en la silueta humana como motivo de risa o foco de sensualidad, mientras se hace un claro homenaje al vestuario del Hollywood clásico, convertido ya en referente.
Justamente, por esa mezcla de aspectos en contraste (ropa elegante y actitud decadente, comedia y drama, vestido y escenario, figura y fondo), el argumento y su desarrollo suscitan un primer interés, que decae para el espectador que no se siente cómodo en un relato donde apenas hay redención y donde el trazo grueso dibuja a los personajes malvados y el pincel fino se reserva para los buenos.
Con esta estrategia, el retrato humano y social pierde solidez y capacidad de sugestión, a la vez que la fuerza emocional de la trama se trabaja a golpe de toques de odio, de ira, de violencia y erotismo.
Sin duda, la presencia de Kate Winslet y Judy Davis facilita el trayecto por una película que mantiene su personalidad visual desde la apertura hasta su cierre, pero que da al traste con la complejidad desde la mitad y, al final, se queda como un histriónico cuento donde laten cosas auténticas ahogadas por la broma fácil y la exageración de la perversidad.
Firma: Lourdes Domingo
Myrtle “Tilly” regresa a su diminuto y recóndito pueblo natal en Australia. Arrancada en su infancia de la casa de su madre, “Tilly” aprendió a hacerse a sí misma a través de una profesión: la costura. Precisamente, esta será su arma para saldar cuentas con su dramático pasado.