De vez en cuando se cuelan en las pantallas, de un modo casi clandestino, historias como las de Marie: intensas, emotivas, edificantes, desconocidas y, para colmo, reales. Y uno vuelve a agradecer que el cine exista y que su fuerza sea capaz de trasladarnos de tiempo y de lugar para conocer realidades dramáticas, que muchas veces no queremos ver y presentarnos a personas de esas que gastan su vida en hacer que los demás, aunque sean desconocidos, tengan una vida mejor.
En este caso, el realizador francés nos trae una historia, como hemos dicho, basada en hechos reales, y acaecida en Francia en el siglo XIX. De un modo muy sencillo y basándose en la interpretación impecable de ambas protagonistas nos narra la lucha de Sor Margarita por penetrar en el interior de una joven que lleva toda su vida aislada en su oscuro y silencioso mundo interior.
Améris, director y guionista, apuesta por plasmar también un entorno natural casi idílico, que suaviza la tensión y nos golpea cuando comprobamos que toda esa gama de árboles verdes, cielos azules o flores multicolores no pueden ser percibidos por Marie, que solo se deleita ante la cálida caricia del sol o cuando palpa con anhelante seguridad la rugosa ropa de su padre y aspira su reconfortante aroma a campo trabajado.
Toda la película nos zarandea de un modo intenso enfrentándonos a un drama en el que es muy difícil no verse envuelto y no dejarse llevar tanto por los aspectos sensoriales como por el golpetazo moral de una desbordante generosidad y de una palpable e ineludible presencia de lo trascendente.
Tras un comienzo ejemplar, con un simpático y eficaz planteamiento y presentación de los personajes, el guión se embarra de alguna manera centrándose de un modo excesivo en las recurrentes peleas de Sor Margarita y Marie que llegan a resultar un tanto ordinarias. También en ese tramo central, los interesados en la Pedagogía echarán de menos alguna explicación acerca del proceso de aprendizaje que lleva a Sor Margarita a romper el aislamiento de Marie. Pero conforme se acerca el final, el guión vuelve a ganar peso y, discusiones pedagógicas aparte, muestra la verdadera solución al problema: un perseverante amor por el verdadero bien de los demás. Así de sencillo y así de fundamental.
En una zona rural de Francia durante el siglo XIX un padre acude a un convento de monjas rogándoles si pueden quedarse y tratar a su hija, una adolescente que nació sorda y ciega y vive de un modo prácticamente salvaje. Las religiosas tienen experiencia con niñas sordas pero Marie es un caso demasiado extremo.
Sin embargo la hermana Margarita decide aceptar el reto y, a pesar de su delicada salud, se propone conseguir que Marie encuentre un modo de comunicarse con los demás y llevar una vida más digna.
