La doctora de Brest

A partir del libro autobiográfico de la propia Irène Frachon, Mediator 150 mg: combien de morts?, la directora y guionista y también actriz Emmanuelle Bercot rueda un hecho real que afectó profundamente a la sociedad francesa hace apenas seis años. El medicamento, que tenía efecto saciante para diabéticos con sobrepeso, fue el causante, por sus efectos secundarios en el corazón, de al menos 500 personas en el país galo.

Al atractivo de los argumentos David contra Goliat se le suma aquí que Goliat sea una farmacéutica (un tipo de industria contra la siempre pesan sospechas y teorías conspiratorias) y que David sea una doctora de perfil no investigador (que se embarcó en una batalla que la sobrepasaba).

Para relatar esta gesta, el guión se apoya metódicamente en la cronología del suceso, con todos los avatares propios que suponen este tipo de cruzadas: los momentos de optimismo y los de pesimismo, las presiones externas y las de los amigos o compañeros, las acusaciones de radicalidad, las posturas más relativistas y conformistas, la soledad y la alegría de actuar con rectitud de conciencia.

Además, en el caso de Irène Frachon, se añaden otros aspectos como el apoyo de una familia muy unida, alegre y excepcional y el de su fe. Aunque ese segundo aspecto no aparece en el film, sí que se refuerza la presentación de la protagonista como alguien de sólidas convicciones morales.

En esta línea, la película confía básicamente en dos aspectos. Primero, en esa caracterización vitalista, extrovertida y algo bocazas de Franchon, conducida por una Sidse Babett Knudsen que se enfunda y funde en su personaje. Y segundo, en una estructura que entrega sus bazas a las gravedad de los hechos y a una muy tímida y breve incursión en el thriller. Esto último provoca que el metraje se alargue demasiado, aunque no evita que La doctora de Brest sea una producción interesante, motivadora y cercana.

Firma: Lourdes Domingo