La danza de la realidad

Alejandro Jodorowsky nació en Tocopilla, un pequeño pueblo en la mitad del desierto chileno. Fue precisamente allí donde descubrió los aspectos clave de la realidad y confrontó la dolorosa educación de una familia sin raíces. Con la imaginación como su principal aliado, podremos entender cómo llegó a convertirse en uno de los principales creadores de las últimas décadas, y entender por qué el punto de encuentro de todo su trabajo en distintas disciplinas (Poesía, Filosofía, Pantomima, Cine, Tarot, etc.) es su gran imaginación.

Con esta nueva cinta pone fin a 23 años de ausencia de la gran pantalla, después de siete títulos en 45 años, entre los que es de justicia destacar Fando y Lis y La Montaña Sagrada.

No estamos ante un tipo de cine habitual. Alejandro Jodorowsky, al relatar su curiosa vida, desde su infancia hasta la actualidad, utiliza procedimientos inusuales. Toda la exposición de su existencia la convierte en oníricos fragmentos llenos de fantasía descriptiva en los que la inexperiencia juvenil, el despertar del sexo, las desilusiones políticas, el fracaso personal en ocasiones, sus dudas y emociones, están bañadas de una descripción absolutamente imaginativa y en la que realidad y fantasía se entremezclan sutilmente.

Para ello utiliza a veces increíbles, aunque también prescindibles, secuencias que rayan en lo provocativo y, en ocasiones, en lo simplemente soez. Con ello dramatiza algunos aspectos de su propia trayectoria que debieron causarle patéticos estados de ánimo y que no ha intentado ni tan siquiera matizar al dar cuenta de su propio criterio personal.

La danza de la realidad es una película profunda y dramática, vestida de color y fantasía, aunque su regusto es dolosamente amargo y tristemente existencial. Solo para públicos que busquen en el cine nuevos caminos, al margen de la pura diversión y los “standard” habituales.

Y el que avisa no es traidor… Aunque Jodorowsky acabe diciendo que “siempre hay puertas y ventanas abiertas por las que entra el viento fresco y renovador”.

Firma: Joaquim Guitart