Jauja

El cine del director argentino Lisandro Alonso, todavía escaso, se ha movido hasta ahora en un terreno fundamentalmente experimental. Con su proyecto actual, Jauja, ha pretendido acercarse a la narrativa tradicional sin renunciar a sus principios. Esa mezcla, que le valió numerosos aplausos entre los críticos de Cannes, es un trago difícil, sin embargo, para el público que habitualmente acude a una sala de proyección.

No vamos a encontrar en este amago de relato ningún propósito concreto, ni una estructura reconocible o una coherencia espacio-temporal a la que agarrarnos. Si pretendemos seguir la historia, caeremos en el desconcierto absoluto y finalmente en el aburrimiento debido al exasperante tratamiento del ritmo narrativo.

Pero lo que sí consigue Alonso (y sobre todo su equipo de iluminación y fotografía) es sumergirnos en una ambiente concreto y que quedemos absorbidos y subyugados por la inmensidad de un desierto, frío, húmedo y helador, que cala hasta los huesos y nos ayuda a percibir el miedo de los hombres, su soledad y la lucha que emprenden para superar los efectos demoledores de una tierra tan hostil. Mediante grandes (y larguísimos) planos generales, nos muestra a unos diminutos humanos abriéndose paso trabajosamente entre la agreste inmensidad del desierto, como personajes de Friedrich excesivamente desproporcionados.

Son de indiscutible belleza todas esas escenas naturales, pero da cierto vértigo el superficial retrato de los humanos. Si los del citado pintor alemán se mantienen erguidos ante la abrumadora superioridad de la naturaleza, los del director argentino parecen contagiarse de la muda violencia y agresividad del entorno natural, embruteciéndose de alguna manera y cayendo en cierta desquiciada irracionalidad.
La incursión en el realismo mágico y la espectacular interpretación de Viggo Mortensen no consiguen que conectemos con el elemento humano de Jauja, que solo consigue emocionarnos por su fotografía y su representación de un paisaje tan atrayente.

Firma: Esther Rodríguez