Jason Bourne

La cuarta entrega de las aventuras de Jason Bourne, el personaje creado por el escritor Robert Ludlum, ofrece el lote completo de lo que se espera de una película de acción, aunque solo lo básico del género de espionaje.

Estructurada en cuatro grandes bloques (Atenas, Londres, Las Vegas-convención y Las Vegas-persecución) no renuncia a pasearse además por Washington, Islandia o Berlín en un intento de internacionalizar las repercusiones del poder de la CIA y, de paso, de integrar a un mayor número de público potencial.

Los saltos geográficos, la multitud de aparatos informáticos y armamentísticos y la coreografía de persecuciones y peleas satisfarán a un público amplio y despreocupado que solo pretenda pasar un rato de entretenimiento y tensión.

Las escenas de Atenas, intensas e incluso brillantes, resultan confusas y la última persecución de Las Vegas impacta pero no innova en absoluto. Son los bloques intermedios los que componen lo más elaborado y emocionante del film, a pesar de que recurran a los trucos habituales del género.

Sin embargo, a la película se le podría pedir algo más. Es llamativa la pobreza de diálogos (tanto en calidad como en cantidad) y la simpleza con la que se retrata a los personajes. Bourne es interpretado por un impávido Matt Damon, Vincent Cassel está pasado de vueltas y el personaje de Tommy Lee Jones es una caricatura apática del malvado estándar de cualquier subproducto. Solo el papel de Alicia Vikander muestra un poco de sutileza e individualización reforzada por la acostumbrada calidad de interpretación de la actriz (aunque en la versión española acuse un doblaje poco afortunado).

De todos modos, si nos ceñimos a lo básico del género y a la relación entre objetivo y contenido, Jason Bourne aprueba en su esfuerzo por hacer pasar al público dos horas de auténtico entretenimiento.

Firma: Esther Rodríguez