La película india que ahora se estrena comparte la duración y la exageración a la que Bollywood nos tiene acostumbrados cuando sale a Occidente. Pero en este caso no es un “festival” de bailes y color sino una explosión de sangre, bombas, tiroteos y confusión, sobre todo mucha confusión.
Desde su presentación en Cannes se la ha denominado “El Padrino hindú”. La comparación con la obra maestra de Coppola surge fácil si analizamos el tema: una saga familiar dedicada al crimen organizado (aunque en este caso lo de “organizado” habría que verlo con bastantes matices). Pero el resultado final de estos gángsters de Wasseypur está más cerca de Tarantino o Robert Rodríguez (y en algunos momentos de Torrente), ya que intercala entre la sangrienta carnicería algunos momentos musicales curiosos que recuerdan, aunque estéticamente no se parezcan mucho, al Travolta de Pulp Fiction o a la Hayek de Abierto hasta el amanecer. Algunos detalles de humor surrealista (las pistolas caseras, por ejemplo) enriquecen un poco la narración y hacen que algunos los vinculen también con los mafiosos “marca Coen”, pero me parece una idea algo benevolente pues estos respiros cómicos se diluyen demasiado en el conjunto del film.
El gran problema de esta película y por lo que se distancia abismalmente, a mi juicio, de los Corleone, es la escasa individualización y profundización de los personajes. Son un grupo de seres, todos ellos, guiados por sus impulsos violentos, pasionales y primarios; orientados a satisfacer su sed de venganza, sus caprichos sexuales o sus exiguos derechos de propiedad. Y no hay ningún matiz que los haga diferentes y únicos. Si a esto añadimos que visten igual, se peinan igual y utilizan ininteligibles nombres de familias, clanes o grupos religiosos, la historia se convierte en un galimatías de difícil seguimiento, al menos para el público occidental.
Gustará, y mucho, a los amantes del cine violento y gore, pues cumple todos los requisitos del género y además le añade el exotismo que siempre conlleva la India. Veremos si la segunda parte, casi otras tres horas de acción hindú, nos convence al resto.
Firma: Esther Rodríguez
En 1941, en la ciudad de Wasseypur, comienzan los enfrentamientos entre los Sultana y los Kahn por el monopolio de los asaltos a trenes. La independencia de la India y el control de las minas por parte de la familia Singh añadirá un nuevo protagonista a la guerra por el control de las calles, del trabajo, de la extorsión y el crimen en general.
Estas luchas de bandas familiares las heredará la siguiente generación, en especial Sardar Kahn, que ha jurado vengarse de Ramadhir Singh hundiendo todos sus negocios.
