G.I. Joe 2: La venganza

Los G.I. Joe son unos muñecos articulados que comercializó la fábrica de jueguetes Hasbro en la segunda mitad del siglo XX. Representan diferentes cuerpos del ejército de Estados Unidos a los que se han ido añadiendo otro tipo de luchadores y los consiguientes malvados contra los que enfrentarse.

En el 2009 Hollywood, ávido siempre de nuevas ideas pero que no se salgan ni un milímetro de los viejos y rentables esquemas, decidió convertir esos muñecos (que ya habían pasado por una versión cómic) en personajes de carne y hueso, y contar sus hazañas en la pantalla grande.

El resultado, tanto de la primera entrega como de esta segunda, era el esperado. Una sucesión de bombas, tiros, saltos, volteretas imposibles, misiles de largo alcance y diálogos de muy corto recorrido. Todo un catálogo de tópicos: hay una explosión provocada por el protagonista que no se vuelve a mirarla y camina impasible en cámara lenta hacia la pantalla con un incendio a sus espaldas, un padre militar de tercera generación que hubiera estado muy orgulloso de la hazaña de su hija e incluso un código secreto que, curiosamente, coincide con la fecha de la Declaración de Independencia americana.

A pesar de que todo suene a muy visto, algunas escenas están bastante logradas. La pelea colgante en las alturas del Himalaya, por ejemplo, no deja de resultar espectacular si prescindimos de su inverosimilitud e irrealismo.

La participación de actores consagrados, como Bruce Willis, Jonathan Pryce o Arnold Vosloo (una pena que salga tan poquito, no hay malvado como él) intenta dar a la película cierto barniz de prestigio, pero no la saca de la mediocridad. Lo que sí se constata es la consolidación de Dwayne Johnson como actor bruti-cómico ideal para este género fílmico.

Firma: Esther Rodríguez