El último concierto

Yaron Zilberman debuta en la ficción tras haber dirigido en 2004 el documental Watermarks, y lo hace arropado por un excepcional reparto en un drama que busca adentrarse en las complejidades de las relaciones humanas. Zilberman introduce, junto a Seth Grossam (director y guionista sin títulos demasiado destacables a sus espaldas), un relato dirigido a reflejar la aparición de dudas, envidias, egos, sentimientos escondidos y nuevas realidades que amenazarán las vidas en común de los cuatro protagonistas, a partir de un aislado e involuntario desencadenante puntual.

Probablemente, el principal problema de El último concierto sea una búsqueda demasiado directa y evidente del conflicto entre personajes, que no sólo provoca que el desarrollo del grueso del film se manifieste excesivamente dirigido y algo artificial, sino también un alto grado de previsibilidad en la trama y su desenlace. La película pone de manifiesto sin mucha sutileza ni elaboración la fragilidad de los lazos humanos, con salidas, giros y rectificaciones demasiado precipitadas, que restan profundidad a una cinta que antepone una efectiva emotividad a algo más de consistencia en su reflexión.

Aun así, Zilberman no sale del todo mal parado su primera experiencia, principalmente por la capacidad de los intérpretes (con un gran Christopher Walken) para elevar el nivel de la película con sus actuaciones, y por los juegos y paralelismos que sabe trazar entre el argumento y el fondo musical del film, con el Opus 131 de Beethoven siempre presente.

Firma: Juan Xipell