Se trata de una de las películas más innovadores que nos ha servido la industria hollywoodiense en los últimos años. Realizada por el australiano Peter Weir (El año que vivimos peligrosamente, El Club de los Poetas Muertos, Matrimonio de conveniencia, Sin miedo a la vida), con un diseño muy atrevido, resulta una ingeniosa alegoría o reflexión crítica sobre el mundo de la televisión. Rico en originalidad e imaginación creadora, la estética vanguardista de Weir se concreta aquí en un difícil ejercicio de estilo posmoderno, que posee un discurso fílmico un tanto abstracto e, intelectualmente, acaso demasiado ambicioso.
Interpretado a la perfección por el popular Jim Carrey, que abandona sus habituales muecas o exagerados gestos y se muestra como un actor excelente y por el más comedido Ed Harris, en su significativo papel de magnate televisivo, el relato escrito por Andrew Niccol contiene momentos fascinantes, gracias también a la captación de los escenarios paradisíacos y a la luminosidad de la costa de Florida.
The Truman Show vapulea, asimismo, la pérdida de intimidad estamos observados por cámaras, ya que éstas o las vidas ajenas se nos meten en casa a través de los aparatos de TV, al tiempo que pone en la picota el terrible poder de las cadenas y sus programas en directo, a la vez que expone el grave peligro de confundir la realidad con la ficción.
La valiente denuncia del binomio Niccol-Weir, la concretó así el gran cineasta australiano: “América es el laboratorio de muchos experimentos que el resto del mundo asimila dentro de su cultura. Y, como dice el jefe de la red en la película, ‘ya no hay países, sólo dinero’. Los Bill Gates y demás imperios actuales se erigen en mini-estados independientes de los gobiernos, como si fueran reinos feudales, que difunden deporte mundial, escándalos o guerras mundiales desde un satélite. Un día surgirá el Calígula al que nadie podrá controlar”.
Ciertamente, el protagonista del filme es un hombre corriente, un pobre diablo que ha sido instrumentalizado por los intereses de los poderosos, cuyas cámaras inciden y manipulan los sentimientos del teleespectador anónimo, que está en las manos de un magnate de los mass-media.
Peter Weir definiría de este modo al metafórico personaje: “Imaginé una especie de artista demente que vive según unos cánones estéticos determinados, nostálgicos de una era pasada, y en una realidad totalmente diferente a la nuestra. Tiene mucho poder y, en ocasiones, se llega a sentir cierta simpatía por él, aunque en mi mente no hay duda de que es un manipulador aterrador. Se ve a él mismo como Dios. Siempre lo imaginé como Zeus, el dios de los dioses griegos, jugando con las vidas de los mortales. Otros lo comparan a la historia de Sidharta, el rey que encierra a su hijo dentro del recinto palaciego porque no quiere que conozca el mundo del sufrimiento y de la muerte. Se pueden trazar muchas metáforas”.
No sé si el gran público apreciará la íntencionalidad última del film, pero El Show de Truman (Una vida en directo) ha batido récords en taquilla y ha dado mucho que hablar.
Firma: Josep Maria Caparrós
Extras DVD:
- Audio: español, italiano, francés, inglés
- Subtítulos: inglés, francés, portugues, hebreo, croata, inglés para sordos
- ¿Cómo va a acabar? Así se hizo
- Faux Final, Los efectos visuales
- 4 escenas eliminadas
- Galería de fotos
En una isla próxima a Florida, un poderoso productor de TV ha creado una sociedad idílica, un plató viviente, lleno de actores y cámaras ocultas. Allí, durante treinta años, logra captar la vida cotidiana de un joven de clase media, Truman casado y sin hijos, desde antes de su nacimiento, sin que éste sea consciente que está siendo grabado y emitido por antena. Se trata del culebrón del siglo, a modo de reality show, para 40 millones de teleespectadors que siguen día a día las desventuras e intimidades de Truman. Cuando el desdichado joven descubre que su existencia ha sido un montaje televisivo, se rebelará contra la cadena.
