El cine empieza a funcionar a una velocidad, todavía no pareja a la de los informativos de televisión o redes sociales, pero sí más acelerada que de costumbre en cuanto a su voluntad de relatar hechos recientes que han supuesto un cambio incuestionable en la sociedad.
Primero fue La red social sobre el creador de Facebook y, recientemente, con menos fuelle Jobs. Ahora el espectador puede revivir, en ficción y con no pocas ideas para el debate, la convulsa historia de WikiLeaks, cuando todavía colean sus primeros efectos en los tribunales, esferas de la alta política y servicios secretos.
Josh Singer ha realizado una eficaz tarea de recopilar y sintetizar información para generar, así, las diversas perspectivas que necesita un film sobre estos hechos. Con el libro de Daniel Domscheit-Berg y el de David Leigh y Luke Harding (periodistas de The Guardian directamente implicados en el caso) como telón de fondo y las entrevistas a sus autores, así como a la parlamentaria islandesa involucrada en la causa y a expertos en leyes y periodismo, el guión entreteje intriga política y humana con bastante habilidad.
Se nota que Josh Singer está habituado a la agilidad en los diálogos tras su paso por El ala oeste de la Casa Blanca, Fringe o Miénteme. Los personajes crean discursos, muchas veces, cargados de citas y de tono solemne con enorme naturalidad y credibilidad; gracias también a unos actores (Benedict Cumberbatch y Daniel Brühl brillantes) que desaparecen en sus labrados acentos y gestos y que no son una rémora por su aspecto físico.
A pesar de que hay algún pasaje en el que casi se naufraga por la abundancia de datos vertidos, Bill Condon (ese director que pasa de un roto, Dreamgirls, a un descosido, Amanecer) lo salva con las ya habituales sobreimpresiones y una figuración imaginaria algo kafkiana de la organización virtual de WikiLeaks.
Algo larga para lo que finalmente relata, sí que resulta clara la intención de Condon de convertir al film en una palestra de hechos y diversos panoramas sobre la misma cuestión. No se concluye con rotundidad ni sobre la validez ni ética de los unos (leaks) ni los otros (gobernantes o grandes magnates), ni sobre los métodos y el alcance de los daños colaterales, pero tampoco se mezcla todo ni al mismo nivel.
Además de las cuestiones sobre periodismo, verdad y sociedad de la información, la película, que se permite un juego algo lúdico en su tramo final, sí encara con cierta entidad la trama de amigos unidos en un mismo proyecto y su desmembración en el ascenso al éxito y su descenso; algo que es ya un leit motive en otras historias del estilo. También se agradece que Condon y Singer afronten sin clichés fáciles a la ViceSecretaria de Estado, una solvente Laura Linney, y su gabinete.
En definitiva, El quinto poder ofrece la ocasión de pensar y considerar una controvertida realidad, de la que está claro que el ciudadano de a pie todavía no tiene todos los datos, por muchos secretos que se hayan revelado.
Firma: Lourdes Domingo
El fundador de WikiLeaks Julian Assange y el que sería su gran colaborador Daniel Domscheit-Berg se conocen en Alemania. Allí se alían y asumen el papel de perros guardianes subterráneos, vigilando a los estados y otros poderes de alto nivel, como los bancos.
Su plataforma permite denunciar de forma anónima y filtrar información secreta, dando luz pública a los oscuros recovecos de los secretos gubernamentales y crímenes corporativos. No tardan en revelar más noticias que todas las organizaciones de comunicación más prestigiosas del mundo juntas.
Sin embargo, poco a poco, y sobre todo ante la mayor filtración pública de datos, surge un debate que marcará la vida de WikiLeaks, la de sus miembros y la de muchas personas en todo el planeta.
