El pequeño Quinquin

Bruno Dumont firma la dirección y el guión de esta cinta que viene a sumarse a su peculiar carrera cinematográfica. Considerado, galardonado y reconocido por la crítica de su país natal, Francia, este antiguo profesor de filosofía busca en el cine la expresión de conceptos de difícil descripción.

En El pequeño Quinquin, como en otros trabajos anteriores, la cámara representa la mirada de un testigo curioso, observador y paciente. Con este fin, se dilatan las escenas hasta llegar casi al absurdo o al tedio. Así, el espectador, motivado o abocado por la lentitud y los silencios, puede intentar penetrar en la oscuridad de los protagonistas y sus actos. Sin embargo, debe conformarse con una interpretación personal de las intenciones del director, porque éste se muestra reacio a mostrar más allá de lo que cada uno quiera o pueda entender.

En este caso, el humor cínico y extremo se ceba en un relato surrealista y plagado de excéntricos personajes. Nada es normal en El pequeño Quinquin, excepto dentro de su propio mundo, y se aprecia la coherencia de una historia que, por otro lado, aunque se haga eterna (y sus 205 minutos lo atestiguan) puede resultar insuficiente.

Sin escenas de violencia explícita, aunque sí espiritualmente violenta, esta cinta de autor es un producto concreto para un público más concreto todavía, al que hay que acercarse con recelo y precaución. Realizada a base de contradicciones (inocencia y maldad, excepcionalidad y cotidianidad, anormalidad y vulgaridad), es fácil confundir el imaginario del director con una realidad gris y muy poco esperanzadora.

Firma: Mar Pons