Como cuenta la obra Julio César de William Shakespeare, Marco Antonio les dijo a los romanos frente al cadáver de Julio César: “El mal que hacen los hombres perdura después de ellos… Con frecuencia el bien es enterrado con sus huesos”. Con absoluta certeza, el varias veces premiado director catalán Ramón Térmens (Negro Buenos Aires y Catalunya über alles), ha partido de esta discutible cita literaria al diseñar, en colaboración con Daniel Faraldo, el truculento guión de este nuevo largometraje.
El mal que hacen los hombres es una más que terrorífica cinta donde los aleteos de Tarantino y los hermanos Coen sobrevuelan en muchas de las impactantes secuencias de esta nueva oferta cinematográfica. Tanto la carga erótico-sexual de los primeros minutos, como la plasmación visual de la más absoluta violencia están patentes en la gran mayoría del guión que Térmens y Faraldo han puesto en órbita con adecuada y fría escenografía y un fondo musical de relieve, en el que destaca la muy acertada labor de Yubal Ron.
Daniel Faraldo, además de su colaboración en el guión, asume el rol principal con absoluta fidelidad interpretativa, secundado por los actores Andrew Tarbet, Sergio Peris-Mencheta y la niña Priscilla Delgado; esta última, por cierto, con una resolución de difícil credibilidad ante la dura problemática a la que se ve sometida a lo largo de la película.
Es un tipo de cine que tiene sus incondicionales y que hay que ver con absoluta frialdad, juzgando sus valores fílmicos como punto y aparte de sus resoluciones. Estas están siempre basadas, como es lógico, en la más absoluta ficción, aunque a veces surjan casos que pretendan llevarlas a la realidad; como en este título, en el que la vida tiene un valor raramente efímero y circunstancial.
Después de verla, hay que avisar al “apuntador” para que se esconda… Por si acaso.
Firma: Joaquín Guitart
En un lugar indeterminado, entre Tejas y Méjico y en el interior de una fábrica siniestra, viven un veterano sicario y un médico inhabilitado para su profesión. Ambos trabajan en la frontera para un cártel de la mafia mejicana. Su misión consiste en la recepción de paquetes especiales, con la obligación de conservarlos o cortarlos en pedazos según las órdenes recibidas. Esta es la lógica de la guerra eterna por el control del territorio. Nadie sabe quién la empieza ni quién está preparado para acabarla.
Un día, un joven narcotraficante les trae uno de esos paquetes del que sospechan de inmediato. La situación que se plantea es tan sencilla como terrible y con presumibles resultados. Alguien puede tener que llevar a cabo un trabajo para el que no estaba preparado por muy sanguinario que haya sido su propio pasado.
