Se trata de un sentido homenaje al pueblo romaní, que viene de la mano de un director argelino, Tony Gatlif, autodidacta y de origen también cíngaro. Este realizador había rodado en España Corre gitano (1981) y dedicado otros dos filmes a su propia etnia: Les princes (1982) y Latcho drom (1993). Ahora ha vuelto a insistir en el tema con Gadjo dilo, una cinta premiada en los Festivales de Montreal y Locarno y reconocida por la crítica y el público mundial. Cuando me planteé el rodaje de El extranjero loco traducción literal de su título, quería hacer una película libre, una película de amor. Y de hecho, es mi trabajo más acertado, no en términos de imágenes sino en términos de sinceridad. Es la vida la que creó la poesía de esta película. Ha sido en la búsqueda de la autenticidad y de la verdad como he logrado encontrar la poesía de la realidad. Esta es la última parte de mi tríptico cíngaro. Quise soltarlo todo, decirlo todo. El pueblo gitano es el gran marginado del cine. Por eso hago películas en su defensa, declaró Gatlif. Rodada en exóticos escenarios naturales, destaca la integración de la música original del propio director, o folklórica con el colorido del paisaje y de los mismos personajes, así como el marcado estilo documental y la interpretación coral de los nativos. Durante muchos años afirmaría Tony Gatlif he hecho documentales. Tanto, que he llegado a la conclusión de que el documental no es menos falso que la ficción porque, para que quede bien, se suele acabar amañando. Además, excepto la joven pareja protagonista, todo el reparto está formado por actores no profesionales: gitanos rumanos y otros habitantes del lugar. El extranjero loco es, ante todo, una metáfora sobre la tolerancia y la marginación, que combina el documento etnográfico con la ficción naturalista. Desde pequeño sentí la marginación que somete la sociedad al pueblo gitano. La viví en mis propias carnes, y recuerdo nítidamente cómo mis padres eran rechazados por motivo de su raza. Por eso hago cine comprometido. Porque creo que el cine, de alguna manera, tiene más poder que la política. Y quiero usar ese poder para recuperar la memoria colectiva del pueblo gitano. Como nadie habla de este pueblo, hace muchos años que íntimamente decidí hacerlo yo, concluyó durante la presentación de su filme en Madrid.
Las tradiciones, el folclore e idioma de esta etnia (de la que se ha defendido una tesis doctoral en Antropología y Cine) están presentes a lo largo del relato. Pero también se exponen sin pelos en la lengua diversas actitudes amorales y obscenas en escenas y diálogos que, pese a su tono humorístico, empañan seriamente esta cinta de carácter vanguardista; al tiempo que pueden ofrecer una imagen sesgada de los gitanos. El objetivo de mi película es honrar la memoria del pueblo romaní, manifestó Tony Gatlif; hay una gran confusión histórica, que empieza en el mismo término “gitano”: que viene de Egipto, mientras la mayor parte del pueblo romaní llegó a Europa desde India. Todo ello no lo aclara este filme minoritario, el cual tampoco acaba de convencer como obra artística ni alegato reivindicativo.
Rumania, año 1997. Un joven francés, un tanto excéntrico, que está captado por la música de una cantante gitana, viaja hasta el fin del mundo en busca de la artista. En una pequeña localidad rumana, convivirá con una comunidad cíngara y ayudado por el viejo Isidore poco a poco se va integrando en las costumbres de esa histórica y marginada etnia.
