El amor es un crimen perfecto

La idea que nos presentan los Larrieu, guionistas y directores, está repleta de aciertos en aras de conformar un relato interesante, profundo y netamente cinematográfico. Una desaparición y más que probable crimen, un personaje enigmático y bastante oscuro (escritor por mas señas) y los nevados paisajes de los Alpes franceses deberían haber bastado para que El amor es un crimen perfecto fuese la buena película que promete en un principio.

La intriga sin duda engancha. Los datos se van dosificando dejando que sea el espectador el que vaya deduciendo los hechos. Esto, sin embargo, sucede demasiado pronto y al público solo le queda centrarse en el drama de Marc y compañía, y es entonces cuando nota que el relato hace aguas.

Los problemas del protagonista, con los síntomas bien plasmados y, en este caso también, acertadamente dosificados, acaban siendo superfluos por lo tópico de los mismos. Y sabiendo que la mayor parte de su inestabilidad proviene de la infancia, no se desarrolla esa línea con la misma profusión con la que nos muestran sus encuentros amorosos, que van creciendo en frecuencia, vulgaridad y exhibicionismo hasta hacernos perder el interés por sus traumas interiores. Y todo esto a pesar del magnífico trabajo que realiza Mathieu Amalric poniendo cuerpo, voz y alma a un personaje tan complicado (y tan desaprovechado por el guión).

Y la tercera pata en la que se asentaba el éxito del film, y que también se acaba cayendo, es el uso del paisaje. Bellísimos y sugerentes, los Alpes nevados y sus sinuosas carreteras, transmiten siempre sensación de inmensidad, intimidad y en definitiva soledad. Son momentos para que los personajes de la película y sus espectadores se fascinen con ellos y se enfrenten en su interior a sus propios abismos. Pero en esta película, sus misteriosas y nevadas carreteras son transitadas a diario por Marc, Marianne, Anne… con un trajín a veces de hora punta urbana que borra el encanto y el propio significado del paisaje. A los recovecos misteriosos se accede en un paseo de media tarde y las metáforas del deshielo primaveral, como el resto de la película, no dejan de ser tan solo una buena idea muy torpemente desarrollada.

Firma: Esther Rodríguez